Fernando Jáuregui – Todos me llaman Francisco.


MADRID, 15 (OTR/PRESS)

Al nuevo Papa Francisco le inventan -ah, las redes sociales…- episodios misóginos que no son ciertos, le reprochan su apoyo -silencio más bien- a la dictadura vil de los generales argentinos. Yo creo que nunca llega un nuevo sumo Pontífice que esté libre de los fusilamientos al amanecer. Máxime si eres «del fin del mundo», como él mismo, humorísticamente, se definió. Y, claro, máxime si eres ajeno a los pasilleos vaticanos, que nunca están libres, como cosa habitada por seres humanos que son, a maledicencias y ambiciones variadas. Entonces llegó, desde Buenos Aires, un tal Bergoglio. Alguien que viaja en autobús y va, ya vestido de Papa, a pagar personalmente la cuenta del hotel donde se alojó aún como cardenal; alguien que, la verdad, creo que no fue cómplice de la horrible dictadura videlista -persona a quien respeto, como el premio Nóbel de la Paz Pérez Esquivel, ha negado cualquier vinculación del nuevo Pontífice con aquello-. Alguien que sí ha tenido el coraje de enfrentarse a la «dictablanda» de los Kirchner. Y, claro, rompe todos los esquemas. Y va y toma el nombre del santo que a todos, por mucho que se empeñen, o nos empeñemos, en no ser católicos, les/nos cae bien: Francisco de Asís.

Quedó entonces Jorge Mario Bergoglio, desconocido para los vaticanólogos que elaboraban sus listas de «papables», olvidado. Y nació Francisco a secas. Un Papa que ha sido bien recibido en todas partes, excepto, sospecho, en algún cenáculo italo-vaticano, donde creen detentar eternamente el poder. A mí, personalmente, es precisamente eso lo que le reafirma: que viene de lejos, de esa parte de la Iglesia más comprometida en la lucha contra la injusticia social y menos entrometida en los líos de la diplomacia y la burocracia que cada vez hacían menos santa a la Santa Sede.

En las horas que lleva de Papa, Francisco no ha cometido, me parece, ni un solo error, lo que no es poco para las mentes laicas -algunas de las cuales se reclaman de la ortodoxia católica-, confesionales o aconfesionales, que miran con la máxima atención el desarrollo de los acontecimientos en el Estado más pequeño y con mayor número de súbditos del mundo. Un Papa no deja a nadie indiferente. Para bien y tantas veces en la Historia, para mal. A mí me parece que en la sede de Pedro ha entrado una persona con sentido común, confío en que con ganas de cambiar cosas, aunque no se noten bruscamente esos cambios. El tal Bergoglio, un tipo más bien normal, va a hacer más grande aún, pienso, el humilde nombre de Francisco.

Ah, y además habla en español y comparte sentido del humor y de la sorna al hispánico modo. Que tampoco eso es moco de pavo.

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