– Cuando el jefe de «los servicios» tiene que ir al Parlamento…
MADRID, 17 (OTR/PRESS)
Llamar al jefe de los servicios secretos al Parlamento, para que, a puerta cerrada (mera formalidad), comparezca ante la comisión de secretos oficiales, es todo un símbolo de muchas cosas: de que el clima de falta de transparencia es insoportable; de que aquí pasan demasiadas cosas raras; de que la confianza ciudadana -representada, por una vez, por el Legislativo_ en sus instituciones está bajo mínimos.
Y, así, el militar íntegro que ahora ejerce la jefatura de los servicios de inteligencia, el CNI, general Félix Sanz Roldán, tendrá que acudir esta semana a la Cámara Baja para explicar cosas que, en efecto, necesitan una urgente explicación: si la «princesa» Corinna, que se define a sí misma como «amiga entrañable» del Rey gozaba o no de escolta oficial, entre otras prebendas; si el etarra Josu Ternera está o no controlado por los espías españoles; si el CNI tuvo algo que ver con el escandaloso espionaje sin autorización alguna llevado a cabo por la agencia Método3; qué saben en el Centro Nacional de Inteligencia sobre cuestiones como las filtraciones de los correos de Urdangarín a su ex socio o sobre los «papeles de Bárcenas»… Etcétera.
Que varios grupos parlamentarios veten la presencia en la comisión de secretos oficiales a los diputados de Esquerra Republicana de Catalunya y de los miembros de Amaiur refleja también una candidez notable: por supuesto que mucho de lo que se hable en la comisión, si no todo, se acabará sabiendo. Y por supuesto que el general Sanz Roldán no va a contar todo lo que sabe sobre tan sensibles y candentes temas, que tanto preocupan a los ciudadanos: sería un contrasentido. Quien tiene que custodiar tantos secretos, en teoría por el bien del Estado, no puede ir por ahí revelándolos.
Pero, en el otro lado, el Estado, España, no puede ser un coto cerrado a cualquier transparencia, un cenagal de cosas misteriosas que ocurren y que manejan apenas unos cuantos. La historia de «su alteza serenísima» no puede ser un capítulo inquietante para los españoles ni un baldón para la Jefatura del Estado. Lo mismo que el espionaje de políticos a políticos, o a quien sea, no puede ser algo que se olvide así como así. Ni los manejos de unos cuantos privilegiados, léase Diego Torres o Luis Bárcenas, que hacen tambalearse al país, pueden estar inmersos en una niebla que haga parecer que alguien los protege. España necesita luz y taquígrafos en torno a cuestiones que no me parece ni que deban ser explicadas por el jefe de los servicios secretos ni que supongan un peligro para la estabilidad de la nación.
Aquí hay demasiadas cosas que no se explican, acaso porque quienes nos representan no consideran que el contribuyente merezca otra cosa que una persecución oficial para que recuerde sus deberes de pagano. De nada sirve tanta ley de transparencia si quienes deben aplicarla no tienen la menor voluntad de hacerlo a conciencia. Y, así, hemos de pasar por el esperpento de que el hombre a quien pagamos para que administre los silencios tenga que ir al Parlamento a eso que se hace en sede parlamentaria: hablar. Hablar de unas vergüenzas que se han convertido en las vergüenzas de todos nosotros. Qué sonrojo.