Rafael Torres – Al margen – Trenes rigurosamente eliminados.


MADRID, 22 (OTR/PRESS)

Hay muchas maneras de romper España, la de empobrecerla hasta lo irreversible o la de romper el principio de igualdad de oportunidades entre los españoles sin ir más lejos, pero una particularmente suicida y siniestra es la de romperla por cualquiera de los muchos procedimientos que está empleando el Gobierno, y, encima, incomunicar entre sí los trozos que queden. Tal cosa, y no ninguna otra, es lo que se pretende con el último golpe que se va a asestar a la desfalleciente red de ferrocarriles, consistente en la eliminación de centenares de trenes regionales, líneas y estaciones. Y no porque sean deficitarios, pues no hay ninguna razón civilizada para que con los servicios públicos básicos se gane dinero, sino porque a la plutocracia instalada en el poder le conviene más el negocio de la carretera y sus mil negocios adyacentes: transporte, peajes, autopistas, automóviles, gasolina, impuestos…

Los trenes duran mucho, consumen poco y, salvo cuando se repone algún material, generan pocas comisiones, pero articulan el territorio y ayudan a vencer el aislamiento que impone nuestra difícil orografía, es decir, ayudan democráticamente a todos a vencerlo. Esas son algunas de las razones de que se conspire constantemente contra el tren, pues no ha habido en los últimos 50 años un sólo gobierno que no le haya dado el zarpazo correspondiente, mutilando los brazos de su red. Va para un siglo que en Estados Unidos, donde hoy se llora amargamente la pérdida de sus línea férreas, que se hizo esto. Allí, los fabricantes de automóviles compraron las compañías ferroviarias para dejarlas morir y eliminar su competencia. El coche, las autopistas, la gasolina, el transporte de mercaderías y viajeros por las saturadas carreteras, la construcción de éstas y sus delirantes sobreprecios, interesan más que el derecho a circular de las personas a un coste económico y ecológico razonable, y que el tráfico de mercancías se efectúe de un modo igualmente racional.

Hasta el derecho a circular, a viajar, a desplazarse, se ha quebrantado: sólo quedará un tren para ricos entre unas pocas grandes ciudades, por mucho que ese tren, el AVE, sea, ese sí, especialmente deficitario. El resto de la población, casi toda ella en puridad, que se compre un coche y consuma en él, entre seguros, multas, reparaciones, peajes, combustible, aparcamientos e impuestos, lo poco que tiene.

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