No te va a gustar – El gran pecado de la transición.


MADRID, 26 (OTR/PRESS)

Vamos descubriendo, por si no lo habíamos hecho ya, que la transición de la dictadura a la democracia, que duró bastante más de lo que se cree, ni fue tan ejemplar y modélica como pensábamos, ni ha cerrado aún todos sus flecos. Muchas de las historias de corrupción que ahora salen a la luz, para escándalo de quienes ya deberíamos estar algo más avisados, tienen su raíz en la financiación de los partidos españoles, asignatura pendiente, gran pecado, de aquellos años azarosos. Los casos Naseiro, Filesa, Flick, fueron momentos puntuales de un proceso lleno de irregularidades, en el que los nacientes partidos ni se financiaban a través de las cuotas de los militantes ni mostraban la transparencia debida a la inspección: de hecho, aún a comienzos de los años dos mil el Tribunal de Cuentas denunciaba, con notable retraso, que la mayor parte de la financiación de los partidos políticos españoles provenía o de donaciones anónimas o de donaciones de los ayuntamientos (obviamente, vía recalificaciones). De aquellos polvos, políticos y también sindicales, vienen muchos de estos lodos.

Porque ya hemos visto que el «caso Bárcenas» tiene sus orígenes en una financiación del Partido Popular que jamás fue como debía, y que algunos de los tesoreros anteriores a este, como Alvaro Lapuerta y Angel Sanchís, acaso tuvieron que recurrir a vías «extraordinarias» para poder pagar los gastos descontrolados del partido, sin que ello signifique necesariamente que dos personas, las citadas, con suficiente fortuna personal antes de recalar en la política, enriqueciesen sus bolsillos particulares; Sanchís, de hecho, ha asegurado en más de una ocasión a quien suscribe que la política, más que enriquecerlo, le ha costado bastante dinero y yo, en principio, le creo.

Así, ahora que entramos en lo que podríamos llamar casi una segunda transición, no queda otro remedio que hacer una especie de «causa general» contra los modos y medios con los que algunos partidos -los dos principales, desde luego-, algunos sindicatos, algunas corporaciones locales, alguna institución y algunas autonomías se financiaron, pusieron en marcha algunas de sus campañas y se permitieron lujos que de ninguna manera se correspondían con lo que hubiesen sido un comportamiento y un funcionamiento «normales».

Sabíamos de los despilfarros de los ERES, de las tarjetas de crédito «abrasadas», de los viajes «gratis total», del excesivo número de asesores, chóferes y coches oficiales… Incluso habíamos oído hablar de maletas llenas de dinero que entraban en los partidos para hacer frente a gastos corrientes. Pusimos en marcha un sistema democrático con métodos no democráticos, quizá en parte porque todo lo ignorábamos, acaso porque nos empeñábamos en mirar hacia otro lado porque el proceso parecía más importante que «los detalles». Y un ministro de Economía de Felipe González pudo llegar a decir, más o menos como ahora ha hecho Bárcenas en su última filigrana ante las cámaras -menuda cara-, que «España es el país donde se puede ganar más dinero y más rápidamente». Quizá porque, como dijo aquella otra ministra, desde determinados sectores se pensaba que «el dinero público no es de nadie».

Debo decir que me parece saludable esta revisión a fondo de un pasado nunca del todo bien explicado, y que conste que no quisiera dar la sensación de que equiparo unas cosas con otras, de que a todos meto en el mismo saco o, menos aún, de que intento tapar a unos a base de sacar a la luz a otros, acaso más olvidados. Nada de eso, por supuesto: cada escándalo ha de tener un tratamiento específico, una solución judicial proporcionada y adecuada, lejos del «y tú más» con el que se han venido tapando vergüenzas propias y destacando las ajenas.

Pero es precisa esta vuelta de tuerca, plena de condenas y de investigaciones generalizadas, porque, como se sabe, la historia hay que conocerla para no repetirla. Y me gustaría pensar que esta segunda transición nace sin hipotecas, sin cuentas bancarias en el extranjero sin explicar, sin arrastrar viejas deudas de esos ERE con los que se estafó a quienes más ayuda necesitaban, sin que cunda la sensación en la ciudadanía, cada día más consciente de que quiere ser gobernada de otra manera, de que nuestros representantes están abusando, como sin duda, abusaron, de nosotros. Y que en este ajuste de cuentas con la Historia caiga quien caiga, por supuesto.

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