Francisco Muro de Iscar – La voz a Ti debida.


MADRID, 28 (OTR/PRESS)

Las procesiones vuelven otra Semana Santa a ser el centro de interés de millones de ciudadanos, a pesar del mal tiempo. Los cofrades, muchos de ellos cada vez más jóvenes, dedican meses a preparar estas manifestaciones de fe que a veces no pueden salir por culpa de la lluvia, y millones de personas las siguen en directo. La serie sobre La Biblia gana en espectadores a Gran Hermano. Películas como «María de Nazaret» despiertan el interés de todos los medios y de los espectadores. Las cadenas de televisión vuelven a programar procesiones, películas, documentales sobre la Iglesia y la Semana Santa. Y el mundo sigue volviendo su vista a Roma, sorprendidos cada día por el mensaje del Papa Francisco que recoge lo esencial del mensaje de Cristo: el amor y la pasión por los más desfavorecidos. ¿Qué hay de aquella muerte de la Iglesia, de la fe, de la religión que tanto nos han vendido? Pese a todo, algunos insisten: es la costumbre, «el hombre es un animal de costumbres».

Seguramente es todo mucho más fácil: es la naturaleza del hombre, su relación con lo trascendente, su historia de siglos, especialmente en Europa, en España, su necesidad de encontrar razones para la vida y la muerte. Porque a pesar de la cultura dominante, de esa otra religión insana del placer, del hedonismo, del todo es fácil y está al alcance de la mano, el hombre es mucho más que todo eso y sus preguntas son mucho más profundas. Y en tiempos de crisis, más todavía. La soledad sin esperanza no es nada. Ni el sufrimiento sin amor. Ni la generosidad sin entrega total. La fe sin obras es simplemente vacío. La Pasión sin Resurrección -el momento cumbre no es la muerte, sino la vida- no sería más que una historia terrible.

Cristo dejó un compromiso expreso con los más desfavorecidos, los más vulnerables, los marginados, los desahuciados… Cristo habló de austeridad, de sacrificio, de generosidad, de desapego a los bienes terrenales, de solidaridad, de fraternidad… Algunas de sus palabras, como las bienaventuranzas o el perdón a la mujer adúltera, están entre las más bellas que se han dicho nunca y son el mayor mensaje de esperanza para cualquier ser humano.

La voz de Cristo es un desafío a los poderosos, pero también a todos nosotros. Podemos hacer mucho por el prójimo, por el de al lado. No hay que irse a otros mundos, el nuestro está lleno de oportunidades. No es tampoco un problema sólo de dinero. Muchas veces basta una palabra, un gesto, una mirada, un abrazo. Condenó a los corruptos y se enfrentó al poder absoluto, pero también despreció a los cobardes, a los falsos, a los que no se atreven a cambiar su vida. El mensaje sigue vivo, a pesar de que los hombres tratemos de enmascararlo, de endulzarlo, de desvirtuarlo. Lo ha dicho Francisco I: «hay que salir de nosotros mismos para ir a la periferia a buscar a los alejados, a los olvidados». A los preferidos de Dios.

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