MADRID, 2 (OTR/PRESS)
El tiempo -y no ha hecho falta demasiado- ha demostrado que todo el poder y la influencia de la organización terrorista ETA residía en la capacidad de hacer creíble sus amenazas. ETA tenía una existencia vicaria en sus armas activas; ahora no tiene quien le tema. No existe.
La cadencia histriónica de los comunicados de ETA no produce miedo porque se han constatado dos hechos fundamentales. Primero, ETA dejó de matar porque no tenía capacidad para hacerlo. No lo hizo ni por razones humanitarias ni estratégicas. Perdió su última oportunidad de conseguir algo, lo que le hubiera dado Zapatero, con el atentado de la T-4. Los golpes policiales, las infiltraciones y la cooperación de Francia con España le dieron tantos leñazos que ni siquiera tenía tiempo de reorganizarse. Segundo, el tiempo histórico de los terroristas occidentales ha pasado. La vacuna fue la caída de las torres gemelas. Los filtros en Estados Unidos y en Europa han sido tan eficaces que la única preocupación de los servicios de inteligencia son los intrincados feudos del terrorismo islamista.
ETA convoca una y otra vez a una mesa de póker en la que ninguna institución quiere sentarse. Su invento de unos «mediadores internacionales» no ha encontrado comprador. Su pretensión de negociar las condiciones de su disolución no reciben más apoyo que el de Jesús Eguiguren que está tan amortizado como la propia banda terrorista.
ETA se mueve entre las bravatas y amenazas en tono menor y la petición de la caridad para que alguien le haga caso. En esto también los silencios de Mariano Rajoy están funcionando.
ETA está tan devaluada que ni siquiera le sirve para nada al Partido Nacionalista Vasco. Su hegemonía política se la disputa EH Bildu. Y a esta organización política le vendría muy bien un final «honorable» de ETA. No va a suceder.
ETA no piensa en términos humanitarios de sus presos. ¿Por qué habría de hacerlo el resto de la sociedad si a la organización no le interesa?
El tiempo es un bálsamo tranquilo excepto para los familiares de las víctimas. Para el resto de la sociedad, acuciada por la crisis económica, el terrorismo es poco más de un sueño que se pierde en la memoria. Y los sueños pueden ser pesadillas, pero no movilizan a nadie, por la simple razón de que ETA no encuentra quien le tema.