Fernando Jáuregui – Una perversa dinámica política.


MADRID, 3 (OTR/PRESS)

La imputación de la infanta Cristina por el juez que instruye el «caso Noos» es un hecho de indudable trascendencia y de nada serviría minimizarlo. Todos los esfuerzos para evitar que la hija menor del Rey y esposa de Iñaki Urdangarin quedase, contra muchas evidencias, fuera de este feo asunto han sido baldíos. El oleaje del «caso Noos» ha salpicado a varios miembros de la casa del Rey, y un presunto delincuente, Diego Torres, ha consumado su «vendetta», ya que no ha le ha salido bien el chantaje: el jefe del Estado español es quien personalmente queda seriamente tocado por un escándalo que no le afecta directamente, aunque no faltará quien quiera, con o sin pruebas concluyentes, ver su «longa manus» ayudando al tráfico descarado de influencias puesto en marcha por su yerno.

Lastimoso asunto desde el comienzo, amenaza con un desastroso final si la prudencia y el buen hacer habituales de los actuales responsables de la Casa del Rey, con el propio Monarca a la cabeza, no adoptan las medidas, algunas de calado, necesarias.

Siempre me he confesado monárquico, aunque en ocasiones haya ejercido una crítica que he querido constructiva para con algunas actitudes y actividades de un Rey que ha cometido -él mismo lo reconoció- errores. Pero que sigue siendo necesario por muchos conceptos, aunque temo que tendrá que ir retirándose de la primera línea más pronto que tarde. Me consta que la abdicación ha sido barajada en su entorno, pero es él, y solamente él, quien tiene que tomar la decisión en este o en otro sentido, incluyendo la tan rumoreada últimamente declaración de incapacidad física temporal. Porque, a los muchos sinsabores que llueven sobre su cabeza, incluyendo las revelaciones sobre el testamento de su padre, don Juan de Borbón, el jefe del Estado suma el padecer una situación de discapacidad pasajera que le impide ejercer muchas de las funciones propias de su cargo, entre ellas viajar por el país o al extranjero.

Resulta una situación especialmente perversa aquella en la que, de una manera u otra, quien encarna la Monarquía española sea objeto de preguntas e interpelaciones parlamentarias semana tras semana. Primero fue la llamada al jefe de los servicios secretos, general Sanz Roldán, para que informase sobre las actividades de la aventurera que se califica a sí misma como «amiga entrañable del Rey»; luego, las preguntas sobre qué se hizo con la herencia de Don Juan. Y ahora, qué duda cabe, llegará la «oleada Urdangarin», un juicio que, por supuesto, no puede sorprender a Don Juan Carlos ocupando el trono como si nada ocurriese.

Entiendo que el Rey no puede abdicar por culpa de una tal Corinna, elefante incluido; ni por la herencia dejada por su padre; ni siquiera por ser suegro de Urdangarin. Pero sí puede hacerlo, y quizá deba ir pensando en ello, por su situación física y porque la ciudadanía espera cambios importantes, de rostros, de comportamientos, de expectativas, en los poderes clave del Estado. Comenzando seguramente por el Rey, aunque no sea, ni mucho menos, el único caso.

Los españoles tenemos, entiendo, la suerte de contar con un heredero de la Corona perfectamente preparado, limpio de toda sospecha, que siempre ha sabido cumplir escrupulosamente con su deber. Y que cuenta con la general aceptación, salvando puntuales desplantes maleducados como el que este miércoles le hizo el lehendakari Urkullu, no acompañándole a un importante acto económico en Vizcaya. Tiene la edad perfecta para hacerse cargo de las tremendas responsabilidades que le cabrán, en estos tiempos de cambio y de crisis, que son también tiempos de oportunidad. Sabe el futuro Felipe VI que las cosas las tendrá más difíciles que su predecesor y progenitor, y que tendrá que ganarse el puesto cada día. Yo creo que merece la pena probar, con todas las cautelas, porque este experimento, el de Felipe de Borbón, tiene todos los ingredientes para salir bien. Y lo digo a pocas fechas de un 14 de abril en el que muchos afanes republicanos se verán alimentados a base de convertir en arma arrojadiza contra la Monarquía todo lo que está ocurriendo. Es algo muy respetable, sin duda. Pero no, no es el momento de hacer mudanzas en el trapecio sin red, con la que está cayendo.

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