Pedro Calvo Hernando – No nos lo merecíamos.


MADRID, 5 (OTR/PRESS)

No sé a quién de la Casa Real se le ocurriría aquello de la sorpresa por el cambio de opinión del juez José Castro, una manera de criticar la decisión de imputar a la infanta, o lo de alabar el recurso del fiscal contra la tal imputación, que supone una toma de partido a favor de quien les favorecería, en el caso inverosímil de que esa fuese la intención del fiscal Horrach. Muy mala manera de empezar por parte de Zarzuela la que va a ser una larga y penosa historia. El Príncipe acertaba al día siguiente con sus palabras a favor de los jueces en ese acto oficial de Barcelona. El diputado del PP Martínez Pujalte cometió la enorme grosería -por calificarlo suavemente- de achacar a Castro el afán de protagonismo como motivo de su decisión. Como don Felipe corrigió a la Casa Real, igual hizo el ministro García Margallo con el exabrupto del diputado, al decir públicamente que cualquier español tiene que estar preocupado por una cuestión que afecta a una institución tan importante como la Corona. Un cero para Zarzuela y Pujalte. Un diez para don Felipe y el ministro de Asuntos Exteriores. Y para el juez Castro y los portavoces de los partidos de izquierda. Lo de Miquel Roca, ya veremos.

El escándalo nacional y mundial que ha supuesto la imputación de la infanta Cristina tampoco nos lo merecíamos los españoles, al menos los de pensamiento progresista y sin entusiasmos monárquicos. Lo mismo que no nos merecíamos escándalos como el caso Bárcenas, al menos esa mayoría que no ha votado al PP (recuerdo que la mayoría ha votado otras opciones, eso sí, dividida en x partidos). Con lo de la infanta quien ha salido muy beneficiado es Núñez Feijóo, del que, al menos momentáneamente, casi se ha dejado de hablar, aunque, siguiendo la doctrina del presidente madrileño Ignacio González, en realidad no debería haberse hablado ni una palabra, pues las fotos y la información de «El País» tendrían que haber sido censuradas. La nostalgia por la censura es un sentimiento que el madrileño comparte con miles de correligionarios suyos a lo largo y a lo ancho de esta querida España nuestra.

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