MADRID, 6 (OTR/PRESS)
Hasta hace apenas unas semanas, y creo haberlo escrito, España me producía stress. En los últimos días, reconozco, haber dado un paso más y ahora es tristeza, una enorme tristeza por ver la deriva que va tomando este gran país. Reconozco tristeza e incluso un poco de miedo. No es miedo físico, que eso está ya asumido por quienes durante años y años hemos sentido el aliento de ETA en nuestras nucas. No. Es otro miedo más sutil, más indeterminado. Es un miedo triste, muy triste.
Pensé que este estado de ánimo estaba directamente relacionado con mi capacidad para el sueño, pero he descubierto que no, que son muchos los ciudadanos que sin pertenecer al grupo de excluidos o marginados, que sin haber perdido su trabajo, que viviendo holgadamente e incluso con cierto reconocimiento social y, desde luego, profesional sienten lo mismo que yo. Lo he venido comprobando en diversos momentos y circunstancias y lo he corroborado de manera definitiva en una reciente cena de amigos.
Todos ellos leídos e instruidos. Alguno de ellos con fortuna suficiente para dormir tranquilos ellos y sus hijos. Ninguno es antisistema ni forofo especial de partido alguno aunque ninguno de ellos -hay que decirlo todo- votaría nunca a Cayo Lara. La noche fue larga y agradable. Con nosotros se «sentaron» Rajoy y Rubalcaba a quienes nadie veía y escuchaba, el Rey que ya no se le quiere como se le quería, Urdangarin y sus fiascos imperdonables, Bárcenas, Torres y Correa que, en opinión unánime, parecen tener en sus manos la suerte del país. Se puso encima de la mesa lo que gusta al personal todo lo «rosa» y más ahora que, con seguridad, la princesa Letizia ocupará más de una hora de juicio sumarísimo.
El repaso fue minucioso y al final la conclusión compartida con la misma naturalidad que se comparte el postre es que el problema de España no es Bárcenas, ni Torres, ni la deriva catalana y, ni siquiera la crisis «que es muy dura, que está haciendo muchísimo daño y ayuda a que los ánimos se solivianten, pero de la crisis saldremos y nuestro riesgo es que salgamos de la crisis y nos encontremos sin país». Quien esto dijo no es una persona desconocida y, ni mucho menos, carente de información y de criterio. Y tiene razón. Es España misma la que está en crisis. Una España en la que nadie cree en nadie, en la que la opinión pública desata su ira sobre lo que se denominan «poderosos» creyéndose incluso en el derecho de dictar sentencias, en la que los políticos, así sin matiz alguno, son todos unos impresentables, en la que los dos grandes partidos se muestran incapaces de llegar a los acuerdos urgentes y necesarios para que España no se deshilache como un trapo viejo.
Vivimos algo más y algo distinto a una crisis económica . Un asistente a la cena que relato se dirigió a un compañero de mesa y preguntó «¿a dónde miramos, amigo»?. No hubo más respuesta que el silencio. Y ahí está el motivo de mi reconocida tristeza que me lleva a la interrogante primera: ¿hay donde mirar?.