Carlos Carnicero – El Rey, de solución a problema.


MADRID, 7 (OTR/PRESS)

Los últimos estudios demoscópicos han saltado las alarmas. La monarquía está a punto de caducar. No hay confianza en la Corona y los jóvenes marcan algo más que distancias. Y esto ocurre no porque haya un movimiento republicano consolidado, sino porque la erosión de la Corona, al amparo de escándalos continuados, ha introducido termitas en sus pilares. Los ciudadanos, muchos de ellos, creen que ya no es una institución útil como sedimento de la vida democrática. Y una monarquía reinventada que se había construido a la imagen y semejanza del Rey Juan Carlos ha visto este espejo hecho añicos.

El deterioro alcanza a todas las instituciones de la vida pública, en especial a los partidos políticos y a los sindicatos. La novedad es que ahora ese distanciamiento en el aprecio de los ciudadanos se ha extendido a la Monarquía. Hecho inédito en la transición española.

La Corona ha estado blindada a la transparencia y se estableció un pacto tácito general de que había que salvar a la institución de la trituradora en la que se ha ido convirtiendo la vida pública. La confluencia de la profunda crisis económica con las medidas antidemocráticas para salir de ella han hecho que los ciudadanos no estén dispuestos a pasar por alto los fallos de la Corona. Y los últimos episodios de corrupción han desbordado el vaso con la imputación, pendiente de recurso, de la infanta Cristina, hija del Rey, y casada con Iñaki Urdangarín procesado por delitos económicos muy graves.

No hay entusiasmo republicano pero hay desafección a la Monarquía. Otro callejón sin aparente salida.

Los principales dirigentes políticos no ocultan su preocupación y se manifiestan, más en privado que en público, partidarios de una serie de reformas en la institución para tratar de salvarla.

Las medidas que se proponen, muchas de ellas a sotto voce, van de una inmediata abdicación del Rey en su hijo Felipe a la renuncia en la línea de sucesión monárquica de la infanta Cristina y su descendencia.

La inclusión de la Corona en la ley de Transparencia parece ya ineludible; y la Casa Real trata de establecer algunas limitaciones como bastión de defensa de la opacidad que ha gozado hasta ahora la Corona.

Sería vano intento establecer que la monarquía es la única reforma imprescindible para recuperar la confianza de los ciudadanos en las instituciones democráticas.

La reforma Constitucional que revise las instituciones para permitir su vigencia exige abrir en canal el funcionamiento de nuestra democracia. Desde la ley electoral hasta los controles y los castigos de la corrupción. Pero ninguno de los dos grades partidos se dan por aludidos de la brutal desafección que parece.

Sería mejor que los actuales regidores de las instituciones tomaran la iniciativa para los profundos cambios que se necesitan. Porque si no, la marea de la indignación y el descontento se los puede llevar por delante en primera instancia.

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