MADRID, 07 (OTR/PRESS)
Hay quien piensa, como Soledad Gallego-Díaz, que la única forma de atajar la crisis en la Jefatura del Estado es establecer nuevas normas de control. Puede ser. Su propio periódico, El País, que publica una encuesta según la cual el apoyo al Rey se hunde en los últimos meses, argumenta que someterse a la Ley de Transparencia es una de las modernizaciones que necesita la Casa del Rey. Puede ser.
Es evidente que además de la crisis económica está la institucional, que afecta incluso a la Corona. Hay autores que sostienen que el aura mítica de Juan Carlos I se desvanece, quizá porque ya ha dado de sí todo lo que podía. Supongamos que tienen razón. Imaginemos incluso que la capacidad de reacción del Rey se ha debilitado, hasta no poder recomponerse en un plazo razonable. En ese caso, verdaderamente extremo, siempre puede aflorar una alternativa: la del príncipe Felipe de Borbón, con independencia del momento que se elija para la sucesión en la Corona. El Gobierno siempre puede sopesar esa alternativa. Y si lo hace, a nadie le va a sorprender. No nos olvidemos de que el Príncipe mantiene unas relaciones privilegiadas con infinidad de mandatarios y que ya ha prestado servicios importantes, aunque no todos ellos sean conocidos.
El príncipe Felipe ya es el representante de España en la toma de posesión de todos los presidentes latinoamericanos, con los que suele encontrarse, además, periódicamente, sin que hasta el momento haya trascendido el más mínimo problema. Al contrario, tanto los empresarios a los que acompaña y avala con su presencia como los propios anfitriones de sus visitas no han hecho otra cosa que alabar su capacidad diplomática y sus profundos conocimientos. En una ocasión, de viaje oficial en México, el príncipe me confesó: «Si tomase nota de todo lo que veo, podría escribir un libro para competir con García Márquez». Pero, a lo mejor, lo que ya tiene que escribir Felipe de Borbón es otra cosa.
La crisis también causa estragos en la política, como se explica en el libro «Cómo salir de esta». Sea o no cierto, en una franja creciente de la ciudadanía se va instalando la idea de que el PSOE gestionó mal el estallido de la burbuja inmobiliaria y su propio desarrollo, que heredó de los tiempos de Aznar, y de que el PP no sabe manejar una economía en recesión. Y ante la falta de alternativas, por mucho que UPyD e IU se vayan abriendo paso, cogen cuerpo la abstención o la indiferencia pero también una cierta agitación social. Una víctima de esta crisis podría ser la propia organización de la democracia, si los dos grandes partidos, que se han alternado en la mayoría de las instituciones, quedaran deslegitimados a los ojos de los ciudadanos. Algo habrá que hacer. ¿O no?