Fernando Jáuregui – El gran reto de la izquierda española


MADRID, 10 (OTR/PRESS)

Este fin de semana van a coincidir dos acontecimientos que mucho tienen que ver con la izquierda española y con la Historia de nuestro país: el aniversario del 14 de abril, la proclamación de la República, y la clausura del congreso del ya histórico sindicato UGT, que reelegirá a Cándido Méndez como secretario general. ¿Tienen algo que ver ambas cosas con un momento de enorme duda en la izquierda española, atenazada entre una realidad que asfixia a todos y unos planteamientos clásicos que se van convirtiendo en poco menos que utópicos? Yo creo que sí.

Si tengo que decir la verdad, a estas alturas ya no sé bien si, entre Keynes y Hayek, el debate ideológico sería posible en estos momentos. Ha muerto una forma de capitalismo clásica, como antes se habían olvidado los postulados clásicos del socialismo. El mundo estaba en la indefinición de los tiburones, en la ley de la selva de los vacíos legislativos, ideológicos y morales: adiós Internacional Socialista, adiós planteamientos liberales a ultranza, adiós… Y entonces llegó la gran crisis. Y entonces llegó el movimiento de los indignados, sin duda más apegado a los planteamientos de lo que se llamó izquierda, pero que iba por libre. Y nos llegó esa aberración a la que bautizaron (es un decir) como «escrache». Y llegó, en Europa, esa suerte de Cuarto Reich -espero que usted entienda la exageración evidente, ya aventada por otros más ilustres que uno- sin bayonetas ni bigotillo, que trataba, y trata, de enderezarnos a todos al son de «Deutschland, über alles».

Quiero con ello significar que los retos económicos ante el futuro admiten probablemente menos alternativas. Y que la capacidad de maniobra en política se ha reducido en todos los países en general, y en el que nos ocupa, España, en particular; es el que mejor conocemos. Lo que sí cabe es la facultad de innovar, de modernizar estructuras, de renovarse, de sorprender a la ciudadanía con planteamientos nuevos, frescos. Me cuesta pensar que ese sea el caso del congreso de UGT, que situará nuevamente a una figura, por otra parte tan válida, como Cándido Méndez, al frente de la organización a la que lleva ya casi veinte años liderando. No soy de los que creen que un cambio de caras baste para pensar que hay evolución en las ideas; pero, en los planteamientos que venimos conociendo en los sindicatos «de clase» españoles, es muy poco lo que oigo de nuevo y refrescante, y conste que defiendo con uñas y dientes la necesidad de contar con unas organizaciones de trabajadores que contrarresten el empuje patronal, que esa es otra.

Y eso ¿qué tiene que ver con las manifestaciones republicanas del domingo? Pues mucho. Si usted es de los que acuden a las manifestaciones del 1 de mayo, convendrá conmigo en que banderas tricolores hay muchas, y rojigualdas, pocas o más bien ninguna. La izquierda, una cierta izquierda, la mayoría de la izquierda, donde los sindicatos se encuadran, se manifiesta poco o nada monárquica, aunque el pragmatismo del PSOE ha hecho que, hasta ahora, la Monarquía fuese bien aceptada en esta parte, la más templada, del arco político. Creo que buena parte de la concepción republicana aún vigente en España se corresponde con los planteamientos sindicales de antaño: más bien, ambos, nostálgicos, naturalmente con perfecto derecho a serlo. Creo que hay una visión romántica obrerista que se corresponde mal con los tiempos cínicos y terriblemente pragmáticos que vivimos, de la misma manera que me da la impresión de que la visión republicana se circunscribe a un pasado de la primera mitad del siglo XX que, según mi opinión, tampoco fue mejor.

Yo creo, lo digo con toda franqueza, en la llamada izquierda que pueda representar un Alfredo Pérez Rubalcaba en sus mejores momentos creativos (también hay de los otros): reformas constitucionales, reforzar la Corona dotándola de características más actuales, instalar una nueva visión de la clase política y de la participación ciudadana en los partidos… Desde luego, creo mucho más en esto que en otras cosas que se dicen desde el propio PSOE, a veces con el solo objetivo de anular lo que el secretario general dice. Y me pasa lo mismo con lo que se llama derecha: el inmovilismo ni le conviene ni nos conviene. Pero unos y otros tienen el efecto perverso de anularse, por mucho que, en privado, se prometan consenso y colaboración.

Así que el campo queda abonado para otras fuerzas que, en mi opinión, son imprescindibles como contrapeso, pero nunca como elemento definitorio de la política española. Y es esa izquierda -de-la-izquierda la que se enseñorea del campo de batalla política, para mal de las posiciones moderadas y centradas, que son casi -casi- siempre las más convenientes. El desequilibrio, así, es evidente. La izquierda española -y la derecha, pero eso lo dejamos para la próxima- necesita situarse en el año 2020, colocar en el altar a Pablo Iglesias y a la II República española -que fue, a mi entender, tan nefasta-, dejarlos ahí y aprender a volar sola, en beneficio de todos los ciudadanos. Otra cosa da el resultado de lo que ocurrirá, o más bien no ocurrirá, este fin de semana.

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