Aunque, aparte del niño que muere bajo la cureta del abortero de turno, llámese Morín o cualquiera de los adláteres que viven del negocio de matar vidas inocentes, la mujer es la principal víctima del aborto, pues sufre la situación humillante, seguida de las diferentes secuelas físicas y psíquicas, no debemos olvidarnos del padre, el gran olvidado y cosificado, al ser considerado como un simple portador de esperma. Y si bien en muchos casos los embarazos son producto de relaciones esporádicas en las que el padre sólo está implicado físicamente, un buen número de padres sufre por el niño que la madre ha decidido eliminar.
Las leyes del aborto otorgan a la mujer el derecho a decidir y a controlar su reproducción y, por tanto, son libres de tomar la decisión unilateralmente de abortar o no, y en la mayoría de los casos, la otra parte permanece al margen. Dejando a un lado los casos de hombres-bestia que obligan a sus mujeres a abortar, bajo amenaza de abandonarlas –que de todo hay—, a quien protege la ley sobre el derecho al aborto es a la mujer. Los hombres suelen sufrir en silencio esta discriminación, considerada como una mutilación de su personalidad. Dado que la naturaleza del hombre es protectora, no es ninguna hipérbole decir que el aborto frustra la naturaleza del hombre. Consecuentemente, el padre es también víctima del síndrome postaborto (SPA), una suerte de síndrome de estrés postraumático, que aún no está categorizado debido a la presión de los lobbies antivida.
El sociólogo Arthur Shostak asegura que el 75% de los hombres sufre por la muerte de un hijo a consecuencia de un aborto. Vincent Rue, especialista en sexualidad humana y síndrome postaborto comparte la misma opinión al asegurar que “los efectos más devastadores del aborto son los que se relacionan con el papel del hombre como protector de su familia”. Según las leyes, los derechos del padre son limitados y este no puede impedir el aborto. Así, “el hombre se convierte en una criatura pasiva, indefensa y dependiente porque se le destruye casi totalmente su propia autoestima”. (Doctor Alberto Iglesias. Efectos del aborto en el hombre. Conferencia dictada en el IX Congreso Mundial Anual sobre el Amor, la Vida y la Familia, de Human Life International, celebrado en Miami, Florida, EE.UU., abril de 1990).
Las secuelas del aborto en el hombre, como es evidente, no son de naturaleza física, sino psicológica. Estos efectos secundarios, muchas veces de por vida, se sustancian en sentimiento de culpa, depresión, frustración y un estado de vacío interior. En general, no suelen hablarlo ni siguiera con sus propias parejas por temor a que pueda interpretarse como un signo de debilidad, pero lo sufren en silencio.
Un papá de un niño abortado expresaba su pena con estas palabras: “Semanas después de que mi novia se practicase el aborto, yo lloraba antes de dormir; no podía concentrarme en el trabajo y me consumía el sentirme culpable. No pasa un día en que no piense en la vida que hubiéramos podido tener juntos. Yo amé a ese niño sin haberlo visto. Tuve fuertes sentimientos de paternidad por años; sé que pude haber sido un buen padre y todavía me siento culpable”. Otro padre contó así su experiencia: “Hace unos seis años cometimos una bajeza, o peor aún, un crimen […] entonces no había mucha información sobre lo que uno hacía; nos dejamos llevar por esa fantasía que tejen los doctores que es como sacarse una muela. ¡Oh Dios mío, qué cargo de conciencia!”. (Testimonio de otra víctima del aborto. Escoge la vida, (julio/agosto de 1990), suplemento “Caminos de esperanza”). Sentimos un profundo dolor ante testimonios como este, la mayoría, por una falta de información y por la manipulación de los centros de Planificación Familiar, auténticos vendedores de abortos.
Gary Bell encontró a su esposa llorando desconsoladamente al llegar a casa. Le contó que esa misma tarde se había realizado un aborto. Él ni siquiera sabía que estuviera embarazada. Aun así la abrazó y la consoló con la idea de tener otros hijos más adelante. No volvieron a hablar del asunto pero él lloraba a menudo a solas y empezó a dormir mal y a tener pesadillas. No podía olvidar el hecho. Su mujer se sometió a un segundo aborto y finalmente tuvieron un hijo. El padre había deseado tanto al niño, que entre ambos se crearon lazos profundos. Incluso cambió el turno para poder estar con él durante el día. Pero el malestar causado por los abortos que su mujer se había realizado seguía perforando su alma. El carácter de su esposa tampoco era el mismo. Se había vuelto huraña e irascible. “Estoy seguro de que para mi esposa, la unión con mi hijo se convirtió en un constante recuerdo de lo que ella había hecho”, dice Gary. Un tiempo después, ella pidió el divorcio. Después vino un juicio tormentoso y, como suele ocurrir en casos de separación, el padre perdió la custodia. Solía decir que los abortos le habían costado su matrimonio, la vida de sus dos bebés que no habían llegado a nacer, y la custodia de su hijo. Durante varios años ocultó su dolor y llevó sobre sus espaldas el peso de los abortos. Al fin decidió pedir ayuda, pero en ese tiempo aún no había grupos de apoyo para hombres que sufren las consecuencias del aborto. Entonces decidió acudir a uno de mujeres. Cuando hizo público su testimonio empezó a recibir cartas de hombres que estaban en su misma situación. Ello le llevó a fundar la organización “Dads for Life” (Padres por la vida), para ayudar a los hombres que sufren el trauma postaborto. El colectivo también aboga por los derechos de los padres a defender a sus hijos no nacidos. Resalta la paradoja social que responsabiliza a los hombres del deber de criar a sus hijos vivos y, en cambio, no se les permite protegerlos antes de su nacimiento.
Las palabras de Fernando, otro padre de bebé abortado, tampoco dejan lugar a dudas: “A los que me dijeron que daba igual y que no pasaba nada, quiero decirles que sí que pasa: llevaré esos abortos en la conciencia toda mi vida”. O las del doctor Edgar Hernández Gálvez cuando afirma que “no
existe, según mi experiencia clínica, conflicto existencial mayor que el descubrir la culpa parricida”.
La secuelas postaborto en el hombre también pueden traducirse en anomalías en el comportamiento sexual, que van desde la promiscuidad a la impotencia. Muchos de estos hombres que se oponían al aborto manifiestan después rechazo y violencia verbal y física hacia la mujer y, paradójicamente, maltrato a los hijos. Después de un aborto, la pareja debe someterse a terapia psicológico-psiquiátrica, aunque no relacionen las disfunciones –individuales o de pareja— con el síndrome post aborto (SPA).
Sobre el síndrome que acabamos de abordar, el catedrático Aquilino Polaino da un toque de atención a este respecto. “No deja de ser curioso –dice—que en la literatura disponible no se mencione para nada el hecho de que el síndrome postaborto también lo pueden sufrir los varones. He aquí un nuevo ámbito en el que las futuras investigaciones sobre este particular tendrán mucho que decir”. (Sara Martín. Yo aborté, Vozdepapel, Madrid, 2005). Esperemos que tengan donde decirlas. Es de sobra conocido que los profesionales de la salud en la línea provida, tienen muchos impedimentos a la hora de publicar especimenes en revistas científicas. El aborto supone muchos miles de millones al año a la multinacional de la muerte. Y, hoy por hoy, es quien lleva las riendas.
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Por Magdalena del Amo
Periodista y escritora, pertenece al Foro de Comunicadores Católicos.
Directora y presentadora de La Bitácora, de Popular TV
Directora de Ourense siglo XXI
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