MADRID, 12 (OTR/PRESS)
Que la banca -tal y como la entendemos ahora- es una institución fundamental en el mundo de hoy, es algo indiscutible. Y, precisamente por eso, los gobiernos han ido a lo largo de los años limando mediante muy diversos controles cualquier atisbo de inmoralidad, fraude, abuso etc. Parece que se quedaron cortos, pero esa es otra. Lo malo es que esa misma banca, tan necesaria, era la empresa más elemental del mundo: tú les daba tu dinero y ellos negociaban con él; el único compromiso sagrado, lo que mantenía en pie el negocio, era la absoluta seguridad que tenía el depositante de que cuando lo requiriera, el banco se lo iba a devolver. Naturalmente te cobraban un porciento razonable por su trabajo y, mientras, ellos negociaban y ganaban con el dinero de todos. Luego la cosa se fue complicando más y más y aquel depósito de dineros ajenos empezó a generar dudosas inversiones, servir a determinados intereses y el afán desmedido de lucro hizo que la banca apretara cada vez más y más a quienes depositaban allí su dinero. y así llegamos a una situación casi limite en la que te cobraban hasta por respirar: todo tiene comisiones, ganan en todo, con todo, por todo, se aprovechan de todo y el más claro ejemplo es la inmoral desproporción entre los intereses que te pagan cuando tienes fondos y lo que te cobran si te descuidas dos día y te quedas en «números rojos».
Pues bien, pese a todos los abusos mil veces denunciados, el sistema funcionaba porque se mantenía el principio sagrado de que tu dinero era tuyo y lo podías sacar en cualquier momento. Me refiero, claro, no a inversores -que teóricamente sabían o deberían saber el riesgo que corrían- sino as simples impositores, gentes que tiene allí su dinerito en una cuenta corriente, en una cartilla, su tarjeta de crédito y sus pagos domiciliados. Pues el principio sagrado se ha hecho añicos en Chipre y todo parece indicar que el experimento les ha gustado a los señores de Bruselas y se va a extender: los que tengan de cien mil euros para arriba, van a pagar la mala gestión de los banqueros. ¿Por qué? No hay más que una respuesta: porque es lo más fácil. Pero semejante medida no resiste un análisis medianamente serio. Lo que ha hecho la UE en Chipre y lo que parece que va a hacer en el resto de los países, es convertirnos a todos en accionistas forzosos del banco pero, eso sí, sólo para las pérdidas. ¿Qué razones legales y morales se pueden esgrimir para que una tipo que tiene cien mil euros guardados en un banco tenga que «colaborar» por decreto en el salvamento de la institución o el país? Eso es un robo, sencillamente un robo bendecido, legalizado y legitimado por los que teóricamente representan nuestros intereses. Pues es un robo se mire por donde se mire. Si yo quiero responsabilizarme de la marcha de mi banco, compraré acciones y ganaré o perderé, pero será mi voluntad. Si lo único que he contratado con la entidad financiera es el depósito de mi dinero y unos servicios concretos, eso hay que respetarlo o se rompe el sistema.
La coartada, en una Europa cada vez más pobre y más enloquecida en su afán de ahogar al ciudadano para salvarlo luego -hasta ahora no se ha demostrado que el ciudadano mejore, al contrario- es la cifra: cien mil euros, la demagogia absurda de que paguen los ricos, pero eso es solo una anestesia pasajera para no ver el verdadero problema: nuestros ahorros no están ya seguros en un banco y el último burócrata que llega a Bruselas decidirá sobre lo que a lo largo de una vida uno ha podido reunir. Hecho añicos el principio de seguridad, la banca pierde el poco crédito que le quedaba y los que más tienen se irán con su dinero a las cloacas y la clase media volverá a guardar sus ahorros en el colchón al estilo del sindicalista sevillano.
Hubo un tiempo en el que yo clamaba, ante tanto abuso, por la nacionalización, al menos parte, de la banca. Ya ni eso. Cuanto más avanza la crisis y más vieja se hace Europa, la verdadera democracia se va empequeñeciendo y en nombre del euro y la seguridad, la vieja libertad se va haciendo cada vez más estrecha, más angustiosa y menos real.