Fernando Jáuregui – País de contrastes.


MADRID, 01 (OTR/PRESS)

Las banderas republicanas menudearon en las manifestaciones de 1 de mayo. Acaso, decían los cronistas de las radios, más que otros años; sin embargo, el Rey, que había adelantado su presencia pública tras la última operación, en un esfuerzo de cercanía a los ciudadanos, fue aplaudido horas antes cuando se le vio en el palco del Real Madrid. El paralelismo entre estas manifestaciones, con cientos de miles de participantes, y el boato de algunos actos oficiales, principescos, que engullimos en las televisiones, puede dar lugar a algunos comentarios demagógicos, pero el haz y el envés de las imágenes es tan patente que no me resisto a comentarlo.

Vivimos en el país de los contrastes, una nación en la que todos dicen en voz alta que quieren pactar con los de enfrente y, sin embargo, a continuación dedican sus mejores esfuerzos a insultarle y a culparle de ser él, el de enfrente, quien no desea, en verdad, el acuerdo. Nación singular la de estos seis millones y un largo pico de parados, la que tiene aún más millones de mileuristas, de la que escapan los jóvenes mejor preparados, y en la que, sin embargo, algunos potentados son llamados a los tribunales por haber realizado pagos ilegales buscando los favores de un partido político. Habitamos un mundo en el que triunfamos -aunque quizá no sea el mejor día para decirlo- en los deportes, al tiempo que asistimos a un juicio claramente desmesurado por dopaje en ciclismo.

Claro que los contrastes, la diversidad, son elementos necesarios en la marcha de los colectivos. Ya sabe usted: tesis, antítesis y síntesis hegelianas. Pero tengo la impresión de que estos contrastes, cuando son excesivos, se convierten en contradicciones. En el momento en el que quienes dirigen los destinos del Estado hablan de la necesidad de cambios y, sin embargo, los retrasan «sine die», hay que empezar a pensar que algo muy serio está ocurriendo. Cuando se pregona la transparencia y, sin embargo, jamás padecimos tanta impermeabilidad informativa, preciso es preguntarse si no estaremos en una involución que va mucho más allá de lo político: quizá haya que asumir que nos acercamos al país de nunca-jamás, al de «vamos a contar mentiras, tralará», al Estado cachondeo, al disparate.

No quisiera dar la impresión de que exagero para lograr más o menos brillantes metáforas. Es que acaso esos contrastes, y otros muchos que podría enumerar hasta casi el infinito, muestran que nunca, desde hace muchas décadas, las dos españas se mostraron con mayor nitidez que ahora. Y ocurre en unos momentos en los que precisamente desde la calle nos/les llega más fuerte el clamor pidiendo mayor unidad frente a la crisis, acuerdos, pactos por doquier. Escuché el grito a muchos manifestantes del 1-M, pero también oí a algún dirigente sindical decir que ahora esos pactos están «más lejos que nunca». Ya digo: país de contrastes. País de locos. País.

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