Siete días trepidantes – Rebelión en la granja.


MADRID, 18 (OTR/PRESS)

Hay quien ha querido ver en las posturas discordantes de los «barones» autonómicos del PP con respecto al déficit -y no sólo_una auténtica rebelión contra un Mariano Rajoy que deja pudrirse los problemas. Yo creo que esta «rebelión en la granja», porque acabará teniendo consecuencias orwellianas, tiene perfiles mucho más profundos. Perfiles que anidan en los resultados, tan catastróficos para la clase política, de los sondeos. Y en el abismo que se va abriendo, que ya está, de hecho, abierto hace mucho tiempo, entre los territorios españoles. Las desigualdades económicas, culturales, sociales y demográficas entre unas autonomías y otras son, consideradas en general, mucho más nocivas que el surgimiento de las tentaciones separatistas en Euskadi y, aun más, en Cataluña. Me parece, en principio, el peor de los males que padecemos en España; peor que una corrupción que estuvo bastante generalizada y que me parece que, vía escarmientos, va camino de corregirse algo. Peor que el descrédito de las instituciones, comenzando por la Corona. Peor, desde luego, que las «ocurrencias» de algún ministro.

Una de las cosas que ocurren en el seno del PP es que, cuando un partido carece de oposición externa, la genera internamente. Cierto que ya he dicho que la rebelión no es, principalmente, contra la figura del líder, sino contra una situación histórica, pero he escuchado muchas voces últimamente sobre la «dejadez» de Rajoy, sobre su alejamiento de la realidad, sobre su falta de contacto con la sociedad. Y esas voces provenían mucho más del PP que de un PSOE empeñado en lamerse heridas y en buscar soluciones de futuro para sí mismo, más que para la sociedad, si bien forzoso es reconocer que Rubalcaba hace algunos esfuerzos, muy aislados, en este sentido reformista.

Lo que ocurre es que en el PP las disidencias son aún florentinas, a micrófono apagado, de alfilerazos con control remoto. Nadie se atreve a cuestionar públicamente la autoridad de Rajoy, pero sí a lamentar algunas peculiaridades de su «estilo», su «falta de relato» (un término muy en boga en los pasillos del PP), sus fallos de comunicación. Nadie en el PP habla, de otro lado, abiertamente mal de Esperanza Aguirre, que es como el pepito grillo de su partido, pero, privadamente, no dejan de comentar el recorrido de «la lideresa» con gentes como Miguel Blesa, Gerardo Díaz Ferrán o su «dedazo» a favor del polémico Ignacio González como sucesor. Y, por supuesto, ningún líder popular declararía en una entrevista que sí, que existen divergencias serias entre la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría y la secretaria general, María Dolores de Cospedal, pero ese es un secreto a voces que nadie se molesta en desmentir oficialmente.

No me extraña, por tanto, el revuelo entre pasillos palpable en la «cumbre» interparlamentaria del PP de estos días en Salamanca. Por todo lo que he dicho y porque hay muchas expectativas de destino; al fin y al cabo, esto del destino es casi consustancial con la actividad política, y Mariano Rajoy tendrá, un día u otro, que designar relevos en las candidaturas a varias presidencias autonómicas y hasta es posible, te dicen con una sonrisa torcida, que cambie a algunos ministros, que están más quemados que Juana de Arco, de su Gabinete. La política tiene, sin duda, su cara de servicio público; pero mucho más visible es la cruz de estas ambiciones, que tanto mueven en la actividad partidaria. Y, más aún, que tanto movieron; por eso, el PP se halla constreñido en sus actuaciones frente a los Bárcenas, Blesa (aunque en este caso el PSOE tampoco pueda levantar mucho la voz) o quizá en el futuro, Rato, quién sabe.

El caso es que me da la impresión de que, o alguien -y ese alguien solamente puede ser ese Rajoy tan satisfecho de lo que hace_da un puñetazo en la mesa y cambia el rumbo, o la rebelión en la granja va a dejar muchos cadáveres políticos por el camino, por mucho toque a rebato que se intente en reuniones llenas de aplausos cara a la galería como la que concluyó este sábado en Salamanca.

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