La cuestión de fondo, o una de las cuestiones de uno de los muchos fondos, radica, valga el retruécano, en el doble fondo y en el origen de los fondos, o sea, de las perras que lo han venido surtiendo. Llámese contabilidad B, sobresueldos, donaciones, regalitos, ayudas al militante para reformar su casa, finiquitos diferidos, dinero negro, comisiones, propinas o como se quiera, lo cierto es que no sabemos, aunque podríamos imaginarnos cualquier cosa, para quién han trabajado, para quién trabajan, tantos políticos y cargos del Partido Popular.
El 90% de los ingresos A del PP, así como del resto de los partidos, proviene de las arcas públicas, pues el sistema político actual supone, no sé si con exagerada alegría y ligereza, que los partidos sirven a la comunidad, a lo público precisamente, por lo que el exquisito y minucioso escrutinio de sus gastos debiera ser esencial y prioritario. Sin embargo, si el descontrol sobre el particular es absoluto, pues el Tribunal de Cuentas fiscaliza tarde, mal y nunca, ¿qué decir de los ingresos en B, aquellos que, según las investigaciones judiciales en curso, podrían haber nutrido los sobres, y los fajos y las cajas de cartón que los contenían? Que el monto de dichos «sobresueldos» fueran consignados como ingresos en la Declaración de la Renta por los agraciados no explica, desde luego, su procedencia, pero es que su propia existencia consuetudinaria, normalizada, desvela que la casa del PP era, en realidad, la Casa de Tóquame Roque.
Los ciudadanos suponemos que a los políticos les pagamos nosotros, y a menudo que les pagamos muchísimo más de lo que por su rendimiento merecen. Esa idea, la de ser nosotros sus empleadores, no es que asegure su dedicación y lealtad hacia nuestros intereses, pero sí, al menos, cierto control sobre ellos, sometidos, en teoría, al albur de que les cerremos el grifo, el manantial de su mantenencia. Sin embargo, el hecho de que dichos políticos, y no digamos los diputados, los senadores, los alcaldes y los cargos con mando en plaza cobren oscuramente, subrepticiamente también de otros, y de que esos otros puedan ser corporaciones, lobys, empresas o bandas con intereses contrarios a los nuestros, nos lleva a preguntarnos para quién trabajan verdaderamente tantos de esos personajes. En realidad, nos llevaría a preguntárselo a ellos, pero mienten.