Isaías Lafuente – Terror persistente


MADRID, 23 (OTR/PRESS)

En las últimas 24 horas, tres mujeres han sido asesinadas en España víctimas de la violencia machista, 21 en lo que va de año. La estadística se repite inexorablemente año tras año hasta elevar el número de asesinatos a cifras que solo tienen parangón en el reguero de sangre que dejaba la banda terrorista ETA en sus años de mayor eficacia criminal. Pero esta violencia contra la mujer, a pesar de su magnitud, no tiene la misma repercusión que aquella y resulta sorprendente que en la lista de las grandes preocupaciones de los españoles que elabora el CIS figure en el puesto número 25.

Las muertes por violencia de género, siendo su aspecto más crudo, son apenas la punta del iceberg de un problema extraordinario aunque oscurecido. En los cinco últimos años se han presentado en nuestro país casi 800.000 denuncias, se han recibido más de 350.000 llamadas en el 016 y se han dictado 220.000 órdenes de protección. A día de hoy casi 100.000 mujeres españolas tienen protección policial activa. El optimista podrá preguntarse con razón dónde estaríamos si estas medidas no se hubieran activado. Pero el pesimista se planteará legítimamente cómo, a pesar de ellas, los asesinos encuentran el modo y el momento para acabar con la vida de sus parejas, con el miedo de las víctimas y la ceguera o el silencio de su entorno como eficaces cómplices.

Durante los primeros años de la democracia se consideraba que este tipo de violencia era la negra herencia de un tiempo en el que el dominio del hombre sobre la mujer no era mera costumbre, estaba en la ley. Hoy resulta preocupante observar que la mitad de las víctimas y de sus verdugos hayan nacido y crecido en un régimen de libertades y de igualdad. En la lucha contra la violencia sobre las mujeres hemos hecho muchas cosas buenas en las últimas décadas. Pero de lo que se trata es de averiguar qué estamos haciendo mal para que, a pesar de todo, el drama siga estando tan enraizado.

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