Siete días trepidantes – Consecuencias del «aznarazo».


MADRID, 25 (OTR/PRESS)

De todos los rostros que protagonizaron la actualidad nacional de la semana -la infanta Cristina, Blesa, nuevamente Bárcenas- yo destacaría esta vez, por lo inusitado, el del ex presidente del Gobierno José María Aznar.

Ignoro quién le aconsejó expresarse como se expresó en la entrevista que concedió a Antena 3, pero, desde luego, le hizo un muy flaco favor. Y, paradójicamente, prestó un servicio considerable a Mariano Rajoy, el atacado: casi -casi- todo el Partido Popular se congregó en torno al presidente del Gobierno y del PP, acusando menos que veladamente a Aznar de «deslealtad» al airear sus discrepancias con la política gubernamental. Y eso que no todos en la formación que gobierna en España se muestran privadamente de acuerdo con lo que hace y, sobre todo, deja de hacer, el señor Rajoy.

«Son cosas de los partidos», me comentaba un ex ministro de Aznar, defendiendo el derecho de su antiguo jefe a mostrar sus discrepancias: «le ampara el derecho a la libertad de expresión como a cualquier otro». Cierto. O quizá no tanto: acaso los ex presidentes del Gobierno deberían centrarse más en ayudar positivamente a la buena marcha de la nación que en lanzar alfilerazos a sus sucesores, máxime cuando estos están en momentos de extrema debilidad. Prefiero, sin duda, en esto, el «estilo Zapatero», que resucitó de la mano del periodista Luis del Olmo para decir, en Radio Nacional, que a él no le busquen para criticar a Rajoy. Me pareció, la verdad, la posición de un estadista, virtud que se le apreció poco a Zapatero cuando era él quien gobernaba.

Pero lo que me hizo pensar fue esa frase de mi interlocutor, el ex ministro aznarista: «son cosas de los partidos». En efecto, los partidos políticos «a la española» son personalistas, se enzarzan en cuchilladas internas que no siempre son ideológicas o programáticas y, en general, dejan fuera de sus pugnas y ambiciones al resto de los ciudadanos, que se limitan a ser espectadores desde la periferia de las más o menos educadas peleas en el Olimpo partidario. Tal vez por eso, en buena parte, su descrédito. Y lo cierto es que el culebrón que estamos viviendo estos días, en el que se nos muestra la suciedad de pagos injustificados -como el que benefició al «asesor Blesa»-, sobresueldos, donaciones a cambio de favores, contabilidades B y hasta C, dice muy poco de la transparencia con la que los partidos políticos españoles, pero muy especialmente el que nos gobierna, actuaron en el pasado.

Es un clamor que los partidos han de funcionar de otro modo, y lo cierto es que desde el PSOE, de la mano de Ramón Jáuregui, se han adelantado algunas soluciones, o tímidos intentos de ellas, que deben aplicarse urgentemente a la propia formación socialista, para no hablar ya del PP y de los restantes.

Me consta que se está dando una reflexión muy generalizada en el seno de la sociedad civil en el sentido de que esa reorganización, esa apertura a la sociedad, gobernar de otra manera, es el primer paso inaplazable para la regeneración de nuestra maltrecha democracia, para que los representantes de la ciudadanía recuperen algo de la mucha credibilidad perdida.

Así, en esta semana que termina se presentó, de la mano de dos ex ministros -uno de Zapatero, el otro, de Aznar- un colectivo, llamado «Democracia», que propicia esta regeneración. Dentro de pocos días, personajes independientes, entre ellos algunos notables de la economía y del Derecho, presentarán un «manifiesto de los cien» en idéntico sentido: primarias obligatorias, limitación de mandatos, congresos más frecuentes y abiertos y un largo etcétera.

Tengo la impresión de que cosas como el «aznarazo» aceleran la necesidad colectiva de cambios en nuestra democracia. No estuvo tampoco afortunado el ex presidente al atacar la política gubernamental precisamente cuando esta recibe sus primeros plácemes en mucho tiempo gracias al anuncio de una futura ley del emprendedor que ha sido bastante bien recibida, pese a su timidez, por todos los sectores, y que podría ser el primer proyecto de ley importante consensuado desde hace años.

Supongo que Aznar, a quien le han llovido las críticas y que, con su salida televisiva, propició seguramente alguna filtración sobre sus actividades profesionales, habrá aprendido la lección. Ahora falta saber si la habrán aprendido todos los demás que estaban agazapados tras la iracunda reaparición del ex presidente: actuar de muy diferente manera es la receta.

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