Victoria Lafora – Morir a manos de otro.


MADRID, 25 (OTR/PRESS)

Cuatro mujeres han sido asesinadas. Sí, asesinadas por sus parejas en menos de una semana; algunas en presencia de sus hijos pequeños. La sociedad calma su conciencia utilizando el lenguaje como paliativo. No lo llama asesinato, es demasiado cruel, sangriento, difícil de digerir.

Los crímenes machistas han pasado a ser descritos como «falleció a manos de su ex». Se quiere dar a entender que si la muerte la infiere alguien próximo es menos mala. Si, además, las víctimas no habían denunciado al agresor, entonces los vecinos, la familia y las autoridades están libres de responsabilidad.

Igual que existe la sentencia de que «quien la hace la paga», aquí debería aplicarse otra que dijera «la que no denuncia muere a manos de otro» y todos quedaríamos eximidos del deber de solidaridad con el prójimo.

Cuando no se llaman a las cosas por su nombre, cuando se intenta minimizar la crueldad de un asesinato, estamos propiciando su repetición. Los terroristas son terroristas y hay un consenso común sobre la definición de sus crímenes como asesinatos, igual que con la Mafia, o la delincuencia organizada. El asesinato pierde su nombre solo cuando un hombre mata a una mujer.

Es verdad que existe una Ley contra la violencia de genero y que en el último Consejo de Ministros se ha aprobado una modificación del Código Penal para incluir doscientas cincuenta nuevas medidas contra los maltratadores.

Pero el ministro de Justicia, tan diligente en modificar la actual legislación del aborto, inmerso en una cruzada por defender el derecho a la maternidad de las mujeres, debería poner el mismo celo en dar con la solución que les salve la vida.

Va a ser la ministra Ana Mato -si es que asiste porque tiene por costumbre excusar su presencia en casi todos los foros- , quien dará a conocer la nueva estrategia del Gobierno en la conferencia sectorial de igualdad. Mato, que nada más llegar al ministerio y ante el primer asesinato lo describió como «violencia en el seno de la familia».

Son precisamente los recortes en la política de igualdad una de las causas, según los expertos, de este incremento de los asesinatos machistas. La crisis obliga a muchas mujeres a convivir con su agresor al cerrar casas de acogida y no encontrar ayuda de la administración para huir del infierno cotidiano.

La tolerancia y la resignación fatalista con la que la sociedad y los dirigentes políticos conviven con los asesinatos machistas da una idea de la pobreza democrática en la que vivimos.

Solo cabe esperar que la asignatura de religión, que regresa con todo el poderío a los planes de estudios, recalque que el mandamiento de «no mataras» incluye también a las mujeres. Desaparecida Educación para la Ciudadanía donde figuraba como uno de los capítulos del temario, algo habrá que hacer con las nuevas generaciones para que no hereden esta lacra social. Habrá que hacerles saber que cuando asesinan a una sola mujer todos somos responsables.

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