Carlos Carnicero – Aznar casi humaniza a Rajoy.


MADRID, 25 (OTR/PRESS)

Es muy complicado sentir la mínima empatía con Aznar. Técnicamente es una persona borde; esquinado, impertinente, antipático. Cuando quiere ser gracioso resulta cómico. Está poseído de la verdad y ejerce una autoridad imbuida en la arrogancia insoportable de los infalibles.

Siempre pensé que era una persona fría, calculadora, difícilmente afecta por las emociones que sustituye técnicamente por intereses.

Su resurrección obedece a un cálculo milimétrico para defender su mayor tesoro. «El milagro (español) soy yo», llegó a afirmar referido a los logros de sus dos legislaturas. Ahora los hechos tozudos de Bárcenas y la trama Gürtel amenazan la pretensión de que además fue un político honrado. El mito se desvanece en una España siempre dispuesta a desguazar el árbol caído.

Por las sedes judiciales revolotean papeles que le señalan como el gran muñidor de irregularidades y corrupciones en su partido y en su familia. Y nadie, al menos él lo considera, ha salido a dar la cara por su memoria.

Salió en una televisión amiga a morder. Ejerció de líder de la oposición contra el presidente que él mismo ungió como candidato. Con esa prepotencia de algunos castellanos viejos con poder, no sé afecta de la decisión de elegir a Mariano Rajoy como sucesor a título de presidente del Partido y del Gobierno. Se despachó a gusto, hasta el punto de denunciar que Rajoy no tienen proyecto político ni proyecto de país, lo que además es cierto.

La reacción dentro del partido es la inevitable en el seno de la política. Mientras no se demuestre que José María Aznar tiene posibilidades y quiere volver todo el mundo respaldará a quien maneja el BOE y elabora las listas electorales.

Lo relevante no es que Aznar quiera volver o solo haya amagado con esa posibilidad. Lo que de verdad importa son dos cosas:

Primera, una mayoría del electorado natural del Partido Popular no cree en el proyecto de Rajoy o, lo que es peor, no cree que exista. En ese sentido, creen que Aznar tiene razón.

Segunda: La nostalgia puede convencer a muchos militantes del partido de que el milagro de Aznar no se redujo a inflar todavía más una burbuja económica y a crear una supuesta clase empresarial que solo sabía hacer magia con las cajas de ahorro y la recalificación del suelo.

Aznar es un fantasma que está satisfecho de sí mismo y no quiere perder la aureola que él mismo se fabricó, incluso encargando medallas pagadas. Pero Rajoy ha quedado a los pies de los caballos con el retrato descarnado que ha hecho de él su mentor.

Lo único positivo de todo este asunto para el presidente del Gobierno es que los más bondadosos y los más temerosos pueden sentir ternura por Rajoy ante la posibilidad, aunque sea remota, de que José María Aznar resucite políticamente.

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