MADRID, 26 (OTR/PRESS)
La depresión es relativamente silenciosa. Las calles están vacías de todo atisbo de alegría. No se consume y ni siquiera la rebaja en los precios de los menús garantizan la supervivencia de los pequeños negocios. Lo más dramático siempre reside en los barrios de las periferias, en los polígonos industriales. El centro de las ciudades simula más la tragedia porque la clase media tiene pánico al reconocimiento del fracaso.
Hay una pregunta recurrente: ¿por qué no se produce el tan manido estallido social? La respuesta es complicada; la soledad de cada tragedia en un universo de millones de personas sentenciadas, que ya no tienen sueños o los consideran inalcanzables. No están ofertados vectores para organizar la indignación y convertirla en propuestas posibles.
La desesperación y la indignación tienen que estar acompañadas; individualmente somos casi nada. Es cierto que en muchos barrios existen, activos, mecanismos de solidaridad. Ropa de segunda mano, trueques de libros, núcleos de resistencia que están tejiendo una sociedad paralela a la institucional. Pero hay poca visibilidad en un hemisferio en que los sindicatos están ausentes y no han comenzado ningún mecanismo de catarsis ni autocrítica.
No hay bolsas de resistencia para los desempleados. Caritas y algunas otras ONG cumplen el papel que en otras épocas han tenido los sindicatos en la asistencia a los desahuciados sociales.
Hay movimientos emergentes que no terminan de cuajar. Se está descubriendo que la protesta sin ocupar parcelas de poder no tiene recorrido porque no muestra alternativas.
Las elecciones europeas van a ser la gran ocasión para que eclosionen nuevas fuerzas con presencia institucional. Los marginados se verán favorecidos por el calendario electoral. Las europeas son un escenario propicio para castigar a los grandes partidos y probar nuevas fórmulas. Y nos llevaremos sorpresas con la participación de lo que ahora son outsiders.
Mariano Rajoy ha conseguido hacer de sus silencios la gran virtud. No conozco a nadie que crea que el presidente del Gobierno tenga proyecto distinto que obedecer a Europa y esperar a que la realidad tome decisiones por él. Pero incluso la salida extemporánea de José María Aznar le ha situado como un gobernante prudente. No entrar al trapo es su dogma.
Las encuestas del CIS hacen una radiografía no dinámica de la situación. Desencanto sin alternativas; desafección sin recambios; destrucción de la confianza en las instituciones sin que nadie proponga una ruptura. El CIS no hace vaticinios sino fotografías del momento.
Pero la aparente calma no evoluciona hacia tormenta porque todavía hay mucho miedo a perder incluso lo que ya no se tiene. Pero una chispa puede prender; un error de orden público; un suceso inesperado. Mientras tanto, solo los jueces hacen oposición con sus resoluciones. El calendario puede convocar coincidencias explosivas en un laboratorio en donde desde la hija del Rey hasta el expresidente Aznar pueden hacer el paseillo en los juzgados.
Estoy convencido de que estamos en una inmensa calma aparente como preludio de una tormenta de la que todavía no conocemos ni su fecha ni sus consecuencias.