Fernando Jáuregui – Proceso a nuestro pasado


MADRID, 06 (OTR/PRESS)

Una lectura diaria de los periódicos, aunque sea muy somera, nos muestra que no todo tiempo pasado fue mejor. Al menos, en lo que a corrupción se refiere; estamos ante una especie de causa general, insensibles de tanto habernos quedado boquiabiertos al comprobar cómo comunidad a comunidad, casi pueblo a pueblo, los escándalos en los que los representantes de la ciudadanía se veían envueltos se multiplicaban. Yo vivo de contar cosas a los lectores y a los oyentes y, sin embargo, confieso que ya no sería capaz de enumerar de memoria la cantidad de «casos» con nombres alegóricos que se encuentran tramitándose en tantos juzgados españoles, desde el Noos hasta, por ejemplo, el «Malaya», pasando por los Ere, Bárcenas, ese Gürtel cada día más inaprensible, el ONG, el «Método 3», el «Can Domenge», el Caja de Navarra… Maaadre mía. Un pasado que, la verdad, causa primero asombro -cómo se ha podido llegar a tanta desvergüenza, cómo fue posible esa falta de controles- y luego, asco. Y que ahora, me temo, nos provoca un simple encogimiento de hombros, una especie de aceptación fatalista de que así es la vida.

Pero ni siquiera es eso lo peor, porque, ya digo, todo ello pertenece a un pasado inmediato al que ahora hay que castigar; un pasado de vacas gordas en el que toda miopía «in vigilando» era comprensible: cuando la economía crecía en casi un cuatro por ciento anual, a ver quién era el guapo que se pone a mirar si las facturas se hacen con IVA o sin IVA, si la economía sumergida nos anega o si la burbuja inmobiliaria, de tamaño tan anormal, no va a estallar en cualquier momento, por lo que habría que controlarla. Ahora, ni esas alegrías, ni aquellas fiestas y bodas pagadas con dinero público, ni el desprecio al erario público de duques empalmados, serían, me parece, posibles: es hora de visar las facturas euro a euro y, esperemos, de aprender de lo vivido, de lo derrochado, de lo irregularmente gestionado.

Claro que no digo que nuestro presente sea, aquí y ahora, siempre mejor solamente porque aquellos desmanes sean de imposible repetición. Porque nuestro presente de hoy está cargado de las hipotecas -también morales– del ayer, que nos dejó instalada una desconfianza imborrable hacia quienes, gracias a nuestro voto y a nuestros impuestos, nos representan, y ordenan, no estoy seguro de que siempre para bien, nuestras vidas. Añádase a ello la sensación de que la justicia, que es la que debe restablecer el orden y el equilibrio, no siempre parece estar bien preparada para ello: no hay más que ver lo que está ocurriendo con algunas «fianzas móviles» o, para poner un ejemplo reciente muy concreto, con esa extraña y polémica conducta del magistrado que instruye el «caso Blesa», el último inquilino notable de la prisión de Soto del Real.

Con algunos silencios oficiales cómplices ante las corruptelas que afectan a los propios, con las contradicciones con las que nos afligen vaticinándonos cada día un futuro variable -véase la subida/bajada del IVA, sin ir más lejos–, con algunas «ocurrencias» ministeriales que empiezan a ser el pan nuestro de cada día (la última, la de la invasión de «troyanos» en los ordenadores particulares), ¿cómo cimentar la confianza de que estamos construyendo un presente más esperanzador que ese inmediato pasado en el que algunos se forraron a costa de los demás?¿Cómo consolidar una sensación de seguridad jurídica colectiva si la mayoría nos sabemos al menos un cuarenta por ciento más pobres que hace cuatro años y ahora vienen los «cabezas de huevo» que dictaminan el destino de la economía internacional, al menos la de los países en dificultades, reconociendo que tal vez se equivocaron en sus recomendaciones de austeridad? ¿Cómo creer en la «marca» de una España que anda por el mundo cabizbaja, sin siquiera llegar a denunciar estas probables equivocaciones de quienes nos aprietan el cinturón?

Ya digo: no miraré hacia atrás con nostalgia; ni siquiera lo haré, y mira que hay tentaciones para ello, con ira. Solo pido a quien tenga responsabilidades para ello que me ayude a mirar con más ánimo el presente. Y para ello no basta con vaticinar, desde posiciones teóricamente omniscentes, que la macroeconomía va a mejorar en no sé qué semestre de ese 2014 que tan inalcanzable nos parece a muchos. El presente hay que construirlo no solamente -que también- con la severa revisión procesal del pasado, sino también con proyectos ambiciosos, morales, éticos y estéticos, para el inmediato futuro. Y eso es lo que yo no acabo de ver por ninguna parte.

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