Al margen – 50 millones en agua de plástico


La Administración española, que nunca fue generosa con los españoles, hoy ya no les da, desde que el partido que la rige se lo da todo a la Merkel, ni agua, y mucho menos agua embotellada, ni a los enfermos en los hospitales siquiera. Sin embargo, la propia Administración, ella sola, se gasta unos 50 millones de euros al año en botellitas de ese agua que es como la del grifo pero entre 200 y 1.000 veces más cara. Con cada reunión, consejo, encuentro, simposio, congreso, seminario, rueda de prensa al plasma o comparecencia en cualquiera de los miles de organismos, departamentos, covachuelas e instituciones públicas que parasitan a la sociedad sin servirla gran cosa, el negocio del agua embotellada engorda, las arcas comunales adelgazan y la naturaleza sufre el detritus inextinguible de tanto plástico que acaba pudriendo la tierra o constituido en gigantescas islas que vagabundean, siniestras, por el mar.

A menos que el señor González Vallvé, de la asociación de empresas de suministro y gestión de agua a poblaciones, mienta, hay algo que nos sale más caro que los gin-tonics del Congreso: el agua «mineral» que la Administración se bebe. 50 millones de euros, más de 8.000 millones de pesetas, se ahorraría el Estado cada año si sustituyera el agua embotellada por la del grifo, o, mejor dicho, nos los ahorraría a quienes vamos sumiéndonos más y más en la miseria a causa de los desafueros, el descontrol, la sinvergüencería y la rapacidad de ese Estado precisamente. Pero el ahorro no acabaría ahí: ese retorno a la jarra de agua y al vaso de vidrio para que cada cual se sirva contribuiría a despejar la hez en suspensión que envenena el aire.

Producir un solo vaso de agua envasada en plástico supone emitir 185 g. de CO2 a la atmósfera, en tanto que la producción de uno de agua corriente, del grifo, que incluso sigue siendo inodora, incolora y rica en algunos sitios, se salda con un 0,3 de emisión. Se ve, ciertamente, que no sabemos estar sin emitir algún tóxico, pero entre 0,3 y 185 hay un mundo. O, mejor dicho, con 0,3 todavía hay mundo, y con 185, no, se va al carajo a toda prisa. Por lo demás, que miles de niños españoles vayan sin desayunar al colegio porque no tienen qué, mientras el Estado se gasta ese qué en botellas de plástico, también precipita, aunque en otro aspecto, el fin del mundo.

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