Carlos Carnicero – Espiados sin defensa.


MADRID, 18 (OTR/PRESS)

Tengo pasión por los thrillers de espías. Creo que no me queda ninguno por ver. Desde las clásicas películas de la guerra fría a las hazañas de la CIA después del 11-S.

Según hemos podido saber por las revelaciones de Edward Snowden, lo que tan familiar nos es por esos Films de la espionaje, no responde a la imaginación de los guionistas sino que es práctica habitual de las agencias de inteligencia más poderosas del mundo. Interceptan nuestro correo electrónico y nuestro teléfono con una facilidad pasmosa; tienen acceso a nuestros recibos de l a luz y a nuestras cuentas bancarias. La mayor victoria de Osama Bin Laden ha sido acabar con nuestra privacidad sin la necesidad de un mandato judicial.

Norteamericanos y británicos es espían entre si. Conocen los proyectos empresariales, las debilidades de sus dirigentes, los secretos de alcoba. Lo que quieran. Y, lo que es más revelador, no se fían de sus socios y los escrutan para que nada se les escape.

Diré a modo de declaración solemne que mi decepción por Barack Obama es proporcional a la ingenuidad de que fui preso cuando fue elegido. No ha cerrado Guantánamo, no ha recuperado libertades y ha acomodado su discurso a las hipotéticas necesidades de la seguridad nacional. Es otro presidente de los Estados Unidos de América.

Cuando un sistema abre los controles a la privacidad de sus ciudadanos emprende un camino expansivo y sin retorno. Si quieren, un satélite se infiltrará en nuestras alcobas; pueden conocer los datos más reservados de una oferta empresarial o las disposiciones de la política exterior de cualquier país del mundo.

La realidad supera la supuesta ficción de las películas de espías. No podemos aspirar a la seguridad de estar solos. Un teléfono con la batería puesta puede estar trasmitiendo los ruidos del cuarto de baño; un correo electrónico siempre podrá ser usado contra nosotros.

La tradición anglosajona define el derecho a la intimidad como el que nos garantiza poder estar solos, sin que nadie nos perturbe o irrumpa en esos espacios privados en los que nadie puede inmiscuirse. Claro que esta definición corresponde a los tiempos en los que había que abrir con vapor las cartas cerradas, o en los que para intervenir un teléfono había que enviar a unos técnicos para que escucharan en la central las conversaciones.

La amenaza terrorista ha conseguido romper todas las talanqueras que protegían los derechos de nuestras comunicaciones. No se si ya han inventado tecnología para que se introduzca en nuestros pensamientos. No podremos tener una conversación reservada ni siquiera muy lejos, metidos en el agua, de una playa. Arriba estará siempre un satélite que nos enfocará si las necesidades de sus amos lo justifican.

Vistas así las cosas, la evolución de la humanidad, que no se ocupa con interés de la pobreza en el mundo, nos llevará a pertenecer a una comunidad de controlados en donde no tendrán ningún problema en inducir nuestras conductas a partir de la información obtenida de nuestros deseos más íntimos.

Ya no nos pertenecemos. Ser ciudadano honrado, cumplir con la ley y estar en paz con la justicia no garantiza nuestro derecho a la intimidad. Y lo peor de todo, estoy seguro que el espionaje crea adicción y al final seguro que siguen averiguando todo sobre nuestras vidas por pura rutina. Nos tienen cogidos.

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