Francisco Muro de Iscar – La fractura con las víctimas


MADRID, 18 (OTR/PRESS)

Las víctimas del terrorismo de ETA creían que con la llegada del Partido Popular al poder iba a cobrar fuerza la política terrorista que había conseguido obligar a la organización a esconderse en sus guaridas. Tras la derrota social, esperaban que la presión policial y política, nacional e internacional, llevara al único fin posible: la entrega de las armas, el abandono de la lucha armada, la detención de los asesinos y su juicio. Luego, más tarde, tal vez podríamos hablar de misericordia, de perdón. Nunca de olvido porque nadie puede olvidar a tantas víctimas inocentes ni el terrible e irreparable daño que ha causado a sus familias, al pueblo vasco y a todos los españoles una historia terrible que dura más de cuarenta años.

Hoy, las víctimas están lejos de pensar lo mismo. No sé si se sienten traicionadas, pero seguro que están decepcionadas, desesperanzadas. ETA no sólo no entrega las armas sino que se permite delictivos actos masivos de exaltación terrorista en Biarritz, sus simpatizantes o defensores están en el poder en numerosas instituciones vascas, algunos de los detenidos gozan de permisos penitenciarios como si fueran pobres delincuentes víctimas de la sociedad, o incluso están en libertad por increíbles «razones humanitarias» que ellos nunca tuvieron respecto de sus víctimas. Y el Gobierno mira hacia otro lado.

En lugar de pedir perdón por sus crímenes, las víctimas de ETA tienen que escuchar de la boca de los terroristas que «hemos sufrido ataques que han provocado desapariciones daños y muertes. En ellos se encuentran involucrados los Estados español y francés». Impunemente, sin vergüenza. Tiene que ser insoportable escuchar eso delante de la tumba de tantos seres queridos.

Sus familias, sus amigos tienen miedo de que se vuelva borrosa la memoria de las víctimas. De que la condena social acabe difuminada por culpa de la pasividad intencionada. De que para firmar la paz, algunos estén dispuestos a olvidar todo. Absolutamente todo. De que las cesiones sean tantas que incluyan el holocausto de las víctimas, especialmente eso. De que las instituciones parezcan estar dispuestas a ponerse al servicio de la impunidad de los asesinos. Miedo de que se repitan viejas historias y se cometa una nueva indignidad que prive a las víctimas de su derecho irrenunciable a la Justicia. Yo aprendí de un sabio justo, Antonio Beristáin, que «en la duda, siempre con las víctimas». De ahí no debería moverse nunca no ya el Gobierno, sino cualquier persona de buena voluntad. Los otros ya sabemos quiénes son.

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