Al margen – El PP y el dinero


MADRID, 28 (OTR/PRESS)

Tampoco es tan raro que un partido cuyas contabilidades y finanzas han estado en manos de un Luís Bárcenas durante más de 20 años llevara donde llevó, a la ruina, las Cajas de Ahorro bajo su control, y, si las cosas siguen así, al país entero. Aunque los incondicionales del PP pretendan colar de matute la idea de que Bárcenas es, simplemente, una manzana podrida en un cesto de fruta inmaculada, un tipo que salió rana, lo cierto es que el partido de Rajoy podía haber elegido para los cargos de gerente y tesorero, sin más, a una persona honrada. También podía haber puesto en Caja Madrid a alguien que no fuera Blesa, y en Bankia a alguien que no fuera Rato, y en el ministerio de Economía a alguien que no fuera De Guindos.

Mientras Bárcenas, finalmente a buen recaudo, tira o no tira de la manta destapando no sus pies, que ya sabemos por dónde andaban, sino los de sus beneficiarios, y el oscuro mundo de donaciones, sobres, comisiones, mordidas y finiquitos diferidos que apenas hemos empezado a vislumbrar, se puede, en el ínterin, reflexionar e indagar sobre la compleja relación entre el partido que gobierna y el dinero, no tan compleja en realidad. Le gusta. Le gusta mucho. Bárcenas ideó una manera, que ojalá nos la cuente en detalle, de pillar casi 50 millones de euros mientras llevaba las cuentas del PP, Blesa organizó el desvío masivo de los ahorros de la gente a los bolsillos de Caja Madrid, que estaban temblando, Rato tiró para adelante con esa moto sin ruedas y sin carburador, y De Guindos, que tras el MOU todavía osa presentarse en público, se inventó lo de la «quita», que viene de quitar, a los ahorros y los patrimonios de las personas decentes, y, habiéndole cogido el gusto, ya no ha parado hasta quitárselos todos.

Dicen los afectos que el PP respira aliviado tras la detención y encarcelamiento preventivo de Luís Bárcenas. Yo no respiraría tanto. Ni tan aliviado. La Justicia, que parece haber reparado firmemente en la idea de que también hay que sentar la mano a quien manga mucho, es decir, no sólo a las criaturas del arroyo, está embalada, y puede aficionarse y perseverar en esa función que la sociedad desesperada, desamparada, estafada, hastiada, indignada, le reclama a gritos.

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