Luis del Val – Cinismo y delincuencia


MADRID, 01 (OTR/PRESS)

Confieso que siento unos deseos terribles de pillar, con las manos en la masa, a un delincuente que abre el buzón de la correspondencia de mi domicilio, abre las cartas, husmea en su interior, y realiza fotocopias de aquellos textos que le parecen más interesantes.

Es muy difícil que pueda atraparlo, porque es el mismo que, si le apetece, graba las conversaciones que llevo a cabo por el teléfono móvil, y esos delitos a la intimidad, ese atropello a mi libertad, ese ultraje al derecho a mi intimidad, lo hace alguien con el conocimiento de un tipo muy poderoso y con una enorme influencia: un tal Obama, presidente de Estados Unidos.

La tropelía la lleva a cabo Estados Unidos en nombre de la seguridad, pero también los terroristas cometen crímenes en nombre de la supuesta libertad de los pueblos, y ponen bombas y asesinan, justificando sus acciones criminales en falsas premisas de contrarrestar la opresión en sus territorios.

Y eso es, precisamente, lo que más me asombra: el cinismo de Obama para no pedir excusas por la tropelía, el empecinamiento en justificar el abuso, insistiendo en que gracias a semejante vejación se evitan actos de terrorismo. Es una falacia llevada a ámbitos hiperbólicos, la misma que serviría para justificar que para neutralizar de una vez por todas los muertos en carretera se prohibiera la circulación de vehículos.

Obama visitó la celda donde Mandela estuvo preso casi cuatro lustros. Y pronunció un discurso sobre la libertad, pero la libertad es también la de los que vivimos en países libres, la de quienes nos hemos ganado el derecho a hablar y escribir libremente, sin que alguien nos escuche o nos lea, sin que un desconocido abra nuestro buzón de correo y husmee en las cartas que nos han enviado.

No sólo me asombra Obama, porque me sorprende también la pasividad con la que los partidos que parecen ser tan defensores de la libertad se han callado como perros domesticados. Me admira que organizaciones tan susceptibles ante el más leve comentario sobre el orgullo gay, o tan quisquillosas con cualquier comentario sobre el feminismo, guarden un mutismo tan cómplice como el de Google, ese silencio que ayuda al delincuente a cometer este desafuero contra nuestra dignidad.

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