Fernando Jáuregui – Pero ¿debe dimitir Rajoy?.


MADRID, 10 (OTR/PRESS)

Elena Valenciano, la «número dos» del PSOE, ha regresado al «márchese, señor Rajoy». Cayo Lara, coordinador de Izquierda Unida, pide elecciones inmediatas. Los brotes verdes del consenso, tan prometedores, se marchitan antes de haberse desarrollado. Ignoro cuánto daño pretende causar Luis Bárcenas con sus arremetidas, pero el mal, es decir, la vuelta a las hostilidades, ya está hecho, precisamente cuando más falta hacía el entendimiento en cuestiones básicas entre las fuerzas políticas. Ahora, lo importante es saber si, en efecto, a la luz de las revelaciones que se van publicando acerca de sobresueldos e irregularidades varias en el PP, tienen o no que rodar cabezas: ¿debe dimitir Rajoy como le piden desde el principal partido de oposición? ¿Hay que disolver las cámaras y convocar elecciones como pide Lara?

Ignoro, desde luego, el grado de culpabilidad del presidente del Gobierno, y de los otros a quienes se acusa, en lo referente al presunto cobro de sobresueldos. Tengo a Mariano Rajoy por persona honrada y poco amante del dinero, aunque sé del descontrol que siempre reinó en la financiación del Partido Popular (y no solamente en este partido, claro está; lo que ocurre es que ahora hablamos del PP). Puede que cobrase sobresueldos, contra lo que afirmó, pero yo anticipo siempre la presunción de inocencia y me parece que, en todo caso, debe dársele, y debe darse a sí mismo, la oportunidad de explicarse de manera exhaustiva. Es verdad que hasta ahora no lo ha hecho, y la gestión que desde el PP se está dando en el «caso Bárcenas» bordea lo desastroso.

Pero eso es una cosa y pedir que Rajoy se marche ya es otra. Primero, porque resulta difícil acreditar con pruebas inequívocas que haya mentido al negar haber cobrado extras; en todo caso, no es un hecho asentado. Y segundo, porque lo menos que puede convenir ahora al país es un terremoto político de la magnitud del que solicita la oposición. Cierto: por mucha crisis económica en la que nos encontremos no podemos volver los ojos hacia otro lado para no mirar a la corrupción. Pero no menos verdad es que nos encontramos ante un difícil recambio, en momentos en los que la credibilidad de toda la clase política, toda, está bajo mínimos: las alternativas pueden ser peores, por ingobernables, de lo que actualmente tenemos, por poco que nos guste (y nos gusta poco, dicen las encuestas).

Ante esta situación, pienso que no puede pedirse así, a la ligera, un vuelco que aún -aún- no está justificado: lo urgente, como decía Pío Cabanillas, es esperar a tener todos los datos en la mano. Claro que también hay que decir que, con sus silencios, con sus huidas, con su falta de explicaciones convincentes, el inquilino de La Moncloa, y con él todos sus lugartenientes, se están complicando notablemente la vida. A ellos, y a todos nosotros, por cierto.

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