Más que Palabras – Valientes, pelotas y lameculos.


MADRID, 12 (OTR/PRESS)

La historia apenas ha ocupado unas líneas perdidas en la sección internacional de los periódicos. El periodista Xavier Colas desde Moscú la relataba así: la escena parece una alegoría rusa: el juez, los policías y los periodistas mirando un banquillo vacío, pero protegido por barrotes para que el fantasma del acusado nos escape. Así se cerró en un tribunal de Moscú uno de los procesos judiciales más absurdos que se ha rubricado en su ordenamiento jurídico las últimas décadas: se condenó a un hombre muerto.

Se trata del abogado Serguei Magnitski fallecido en una prisión rusa, cuando se encontraba detenido a la espera de ser juzgado por fraude fiscal, el mismo delito que el había imputado a funcionarios estatales hace un año. Sergei era, según la defensa, un abogado que quiso buscar la verdad, incluso dentro de los despachos de Hacienda rusa. Fue detenido en 2008 por supuesta evasión de impuestos después de haber denunciado el mismo fraude fiscal de 176 millones de euros por parte de responsables políticos rusos y aunque su muerte, según los forenses, fue por una necrosis de páncreas, tanto en el Reino Unido como en Estados Unidos acusaron a las autoridades rusas de su fallecimiento por negligencia y maltrato. Por eso, verle muerto no era suficiente, tenía que ser condenado y de ahí la pantomima.

La historia es digna de todo un peliculón de suspense y me ha llamado la atención porque buscar la verdad, ni es fácil, ni suele salir gratis… La verdad es incómoda sobre todo si se trata de señalar a los poderosos. Tirar de la madeja hasta encontrar el hilo que conduce al esclarecimiento de los hechos y, en definitiva, a la verdad es para muchas profesiones una tarea ardua y difícil que implica tener la fortaleza suficiente para aguantar presiones, en ocasiones, de tal calibre que muchos desfallecen. Tal es el caso de los periodistas y también de muchos jueces. Si de muestra vale y botón sólo hay que echar un vistazo al estado de corrupción insoportable que vive nuestro país, donde prácticamente todos los partidos: desde el PP al PSOE, pasando por CiU y los más pequeños, están inmersos en una espiral de corruptelas insoportables. La historia es invariable e idéntica en todos los casos y la cantinela la misma: que si es una causa general, que si los jueces no son imparciales o los periodistas que destapan el asunto sectarios.

La defensa de la verdad no es cosa fácil, porque la verdad duele y, a veces, es descarnada y se puede llevar por delante a quienes siempre se creyeron inmunes como si fueran intocables y lo llevarán en el ADN por nacimiento. A mi que los políticos desprecien a los periodistas que no les son afines me da igual, incluso me divierte su nivel de ignorancia sobre una profesión que ejerce el contrapoder como su razón de ser, pero si me choca que sean los propios periodistas quienes, en cuanto alguien levanta una historia que afecta al poderoso que ellos idolatran, le tachen de «huele braguetas repugnante», «conspirador nato» y si llega el caso «culpable» de querer usurpar el terreno de quienes son elegidos en las urnas. Reconozco que a mi siempre me ha ocurrido lo contrario. Cuando un colega -sea del medio que sea- ha levantado una noticia exclusiva o ha conseguido la entrevista con el personaje oportuno, he sentido sana envidia y admiración por esos trabajos. Nunca he pensado que sean «recaderos» o «voceros» de nadie o que su exclusiva periodística obedezca a espurios intereses. Sólo me ha interesado que la noticia sea cierta, que este suficientemente contrastada y que los receptores, es decir, los ciudadanos, a quienes nos debemos, puedan informase gracias al trabajo de un buen «plumilla». No es que sea una ingenua, simplemente odio las falsas teorías de la conspiración, cuando lo que se cuenta no le conviene al político de turno y odio todavía más a los «correveidiles» de turno que se olvidan de nos debemos a los lectores, que ellos son nuestros jefes y no los políticos. Ellos pasan y nosotros seguimos en esta profesión que es una auténtica droga de la que no es fácil desengancharse.

En cuanto a los jueces me ocurre una cosa igual. Viendo como hemos visto casos de jueces «estrella» que enloquecen por salir en los medios de comunicación, cuando hay profesionales del derecho honrados que con un trabajo constante y callado, sin necesidad de focos ni cámaras, haciendo frente a presiones indescriptibles y con escasos medios, siguen adelante caiga quien caiga, mi sensación es que la Justicia gana y los malos pierden. De estos casos, en los últimos tiempos estamos viendo dos: los jueces Ruz y Alaya. ¡Va por ellos!, por los colegas que no se dejan amedrentar aunque les caiga la del pulpo por parte de los «lameculos o pelotas» oficiales.

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