Carlos Carnicero – Rajoy, «el mudito» en el Congreso


MADRID, 23 (OTR/PRESS)

La lengua castellana, el español, está lleno de proverbios y refranes que escenifican como nada la realidad de la conducta humana. «A la fuerza ahorcan» es uno de ellos. Hay momentos en la vida que las personas son conducidas contra su voluntad a realizar acciones que les gustaría evitar. Sin duda, el ahorcamiento no es la menor.

Mariano Rajoy se ha agarrado a la barandilla de La Moncloa como un niño que no quiere ir a la escuela. La realidad le ha obligado a comparecer para dar explicaciones de las sospechas -más que fundadas- que penden sobre su conducta personal en sus relaciones de muchos años con el gerente y tesorero de su partido. El hecho de que Luis Bárcenas sea despreciable no exime que pueda decir verdad. Ha aportado evidencias de la financiación irregular del PP. Y también del pago de dinero sin declarar a Hacienda para regalías y sobresueldos en los cuadros del partido.

A la fuerza han ahorcado a Rajoy en esa comparecencia in extremis que puede evitar la «moción de censura» contra su gobierno. No se puede despreciar esta iniciativa parlamentaria por el hecho de que esté condenada al fracaso en la revocación del Gobierno. El desgaste de la moción de censura, es verdad que es arma de doble filo. Pero responder durante esa larga sesión a las diatribas indignadas de la oposición unida es un trago que no se pasa fácilmente.

Luis Bárcenas fue un hombre poderoso en los despachos de la calle Génova durante más de veinte años. Las relaciones de Bárcenas con la trama Gürtel -una de las operaciones de corrupción política de más grueso calibre de la historia política española- no se despacha con el silencio. Las acusaciones auto inculpatorias de Bárcenas sobre el manejo de dinero negro procedente de «donaciones» de empresas a cambio de contratos con las instituciones gobernadas por el PP, son una inmensa bolsa de lodo que hay que ventilar en sede parlamentaria. Independientemente de las responsabilidades penales.

Rajoy comparecerá debilitado por sus silencios previos y por la constatación de que ha hecho lo imposible para permanecer «mudito», en su vieja creencia que los escándalos se disipan con el tiempo.

Agosto toma protagonismo contra la costumbre del paréntesis veraniego. Es seguro que en las playas se escucharán los transistores de esta retrasmisión del milagro de que el mudito tome la palabra.

Si Rajoy, como es previsible, se enroca en la tribuna del congreso para decir obviedades, restricciones mentales y practicar el ocultamiento, no zanjará ninguna cuestión. Solo conseguirá alargar la agonía.

Tiene obligación el presidente de desnudar la verdad ante la opinión pública aunque esta sea insoportable. Las consecuencias de la verdad serán siempre mejor que la persistencia en el silencio. Pero como es preceptivo, el presidente tiene la palabra y él puede elegir seguir administrando sus silencios. Y la oposición tiene el derecho de aplicarle el máximo grado parlamentario para extraer la verdad. En esencia, eso es la democracia.

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