Antonio Casado – Peregrinaje al horror


MADRID, 26 (OTR/PRESS)

Este es un país curtido en la memoria del sufrimiento compartido. Hemos tenido la mejor escuela: la experiencia. Por terrorismo, por catástrofes naturales o por accidentes, las muescas del sufrimiento están sobre la piel herida de nuestro país. Sobre todo de nuestro paisanaje, ese mismo que se echó a las vías ensangrentadas de Atocha un 11 de marzo de 2004 porque acertó a pasar por allí o a vivir en los aledaños de la vieja estación madrileña. El mismo impulso de la colaboración espontánea, inmediata, desprendida, instintiva, ha movido a los vecinos de Angrois (Compostela) que el miércoles pasado, a primera hora de la noche, prestaron los primeros auxilios a los heridos del accidente ferroviario por el que Galicia y el conjunto de España están de luto.

Pero además de la generosidad tenemos el don de la eficacia técnica cuando se trata de movilizar nuestros recursos frente a una emergencia. Quiero decir que nuestros mecanismos de respuesta no envidian en nada a los más avanzados del mundo. Desde los bomberos, la policía, los servicios médicos, el voluntariado o los propios servicios judiciales. Todos han funcionado a la perfección durante las horas que siguieron al descarrilamiento del Alvia 730 cuando apenas le faltaban cuatro kilómetros para llegar a la estación de Santiago de Compostela.

A los mencionados cuerpos del servicio público no le han ido a la zaga en esta ocasión los gobernantes y la clase política en general. Con su tendencia a hablar sin decir nada y, en ocasiones, a decir sin hacer, han logrado que la ciudadanía desarrolle el prejuicio de que tratan de capitalizar su presunta cercanía a las familias de las víctimas o convertir en una fuente de votos sus interesadas gestos de solidaridad con las necesaria colaboración de ciertos medios informativos, sobre todo los televisivos.

En esta ocasión han estado a la altura de las circunstancias. No se han ido a un balneario cuando los españoles lloraban la tragedia, como hizo la alcaldesa de Madrid con los cuerpos aún calientes de las niñas muertas en la desdichada fiesta del Madrid Arena, pero tampoco se han excedido en la representación pública de su dolor por lo ocurrido en esta catástrofe ferroviaria. Tanto el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, como el presidente gallego, Núñez Feijó, han sabido estar sobrios y comedidos en sus respectivas intervenciones.

A los Reyes de España no los incluyo en este capítulo del político con riesgo a suscitar el reproche social si la ciudadanía entiende que trata de aprovechar la coyuntura para mejorar su cotización electoral. Don Juan Carlos y doña Sofía no son clase política. Y tienen detrás un largo historial de apoyo presencial a las víctimas de tantas y tantas tragedias como han vivido los españoles en su reciente historia. Echemos un vistazo a los recuerdos: aquel jueves de sangre del 11-M, el incendio del Corona de Aragón, el asesinato terrorista de Miguel Angel Blanco, el incendio de Alcalá 20 en Madrid, el metro de Valencia, etc. Lo de Santiago, una más.

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