Luis Del Val – Soberbia y ensoñación


MADRID, 12 (OTR/PRESS)

La soberbia más común entre los dirigentes políticos es la de creer que con un decreto, un reglamento o unas leyes, se transforman las costumbres sociales y los valores de una tribu, aunque la tribu esté compuesta por millones de persones. Es una soberbia simétrica a la del cliente tabernario que, tras la cuarta cerveza, explica en voz alta cómo arreglaría algún complejo problema «en dos patadas», da lo mismo que se refiera a la educación de la infancia, los accidentes de tráfico o el colonialismo.

Las feministas, por ejemplo, están convencidas de que la discriminación encubierta que hoy sufre la mujer, y que es cierta, se puede arreglar a base de golpetazos legislativos, aunque estos golpetazos arrasen los propios principios jurídicos. Y, aunque yo creía que esta soberbia sectorial sólo la sufrían las feministas españolas, resulta que también han contagiado a dirigentes políticos de la Unión Europea, que han vuelto a la solución del bálsamo de Fierabrás, que consiste en exigir un 40% de mujeres en los consejos de Administración.

O sea, que a don Amancio, que ha creado el imperio de Inditex, y ha extendido el nombre de Zara por todo el mundo, le van a obligar, por ley, a que despache a las personas eficaces que estén en el consejo de administración y las sustituya por mujeres. Y a don Isidoro, responsable de la cadena de El Corte Inglés, le van a explicar los políticos feministas de Europa cómo debe estar compuesto su consejo.

Esta intromisión en una empresa privada, que no se le ocurriría a un estudiante de primero de Derecho, se les ocurre a las soberbias cabezas pensantes de Europa, como antes se les ocurrió a algunos cerebros españoles. Y, mientras tanto, la vigilancia sobre la diferencia de salarios, la falta de ayudas a la maternidad, la vaporosa ausencia de guarderías en los centros de trabajo, por no hablar de las servidumbres de vestuario (exigencias de minifalda, por ejemplo) transcurren sin que a las feministas se les mueva una ceja.

Y es que la soberbia, en todas partes, no se para en el detalle menudo y cotidiano, sino en la gran idea revolucionaria que va a cambiar a la sociedad de arriba abajo, con un decretillo de nada, que se puede redactar en veinte minutos, aunque constituya un disparate legal.

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