ROSALÍA MERA
Tenía mil millones y murió,
y de su dinero no llevó nada,
solo una caja muy adornada
que la funeraria le preparó.
Casi sin enterarse se esfumó
cuando estaba en mil cosas ocupada,
pero la muerte estaba agazapada
y en un muy breve asalto la mató.
¡Tanto trabajo y tanto loco empeño
para acabar en un ataúd pequeño!
La traidora muerte a nadie perdona,
muy poco le importa lo que uno quiere
y como el cuerpo al fin se desmorona
atendamos al alma, que no muere.
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Por Salvador Freixedo
Último libro del autor:
«LA EXPAÑA DE Z»
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