Egipto: tenemos que elegir entre lo malo y lo peor

No nos equivoquemos otra vez. Lo ocurrido en Libia, Afganistán o Irak nos ha dejado claro que, como dice el viejo refrán español, el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones.

En Egipto no se trata de escoger entre “buenos y malos”, sino “entre un mal y un desastre”. Y el desastre sería el triunfo del fanatismo que germina en el corazón de los Hermanos Musulmanes.

Por despiadado que suene, sólo el Ejército puede estabilizar el país y evitar el caos total. Y aunque los dirigentes occidentales, como no puede ser de otra manera, condenen en alta voz la brutalidad con que persigue a los islamistas, uno tiene la impresión de que la UE y EEUU son conscientes de que no hay más alternativa que la militar.

El incendio de las iglesias coptas, el asesinato sumario de casi medio centenar de policías en el Sinaí y las llamadas al terrorismo que llegan de Al Qaeda no son más que un sangriento aviso.

Primero y de forma urgente, hay que contener la deriva islamista y el descontrol. Luego vendrá la pelea por las libertades. Y aunque nos repugne, visto desde una atalaya tan dorada, pacífica y democrática como es la nuestra, debemos aceptar que sea el Ejército quien comande la transición.
Lo ocurrido en El Cairo es mucho más complejo que un simple golpe de Estado.

Tiene tremendas implicaciones en Oriente Próximo y es lógico que Israel, que hace 33 años firmó la paz con su poderoso vecino y comparte con este una larga frontera, presione en Washington, Londres, París, Berlín y Bruselas para que Occidente opte por el realismo y permita al general Abdel Fatah al Sisi asentarse en el poder.

Seguro que hay moderados en ambos bandos y sería ideal que llegasen a entenderse, pero pasara mucho tiempo y correrá mucha sangre antes de empecemos a oír sus voces.

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Autor

Alfonso Rojo

Alfonso Rojo, director de Periodista Digital, abogado y periodista, trabajó como corresponsal de guerra durante más de tres décadas.

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