Carlos Carnicero – Madrid 2020, crónica de la gran estafa.


MADRID, 9 (OTR/PRESS)

El PP ha pretendido justificar sus fracasos en la «herencia recibida», haciendo abstracción del estallido de la crisis financiera en 2008 y la explosión de la burbuja inmobiliaria que fue el eje principal del desarrollo económico durante los gobiernos socialistas y del PP. Y poniendo en valor los errores de los gobiernos de Zapatero en su justa medida razonable.

La realidad es tozuda deshinchando espejismos. Y los señuelos principales del gobierno de Mariano Rajoy son Eurovegas y las Olimpiadas para Madrid del año 2020. Mientras se desinvierte en I+D, se recortan todas las partidas de educación y se desmonta el estado del bienestar, convendría poner cifras a la ensoñación olímpica que durante tres convocatorias ha significado una sangría de inversiones y gastos que se calculan, a falta de una certificación oficial en 8000 millones de Euros. Traduzcámoslo a pesetas: un billón doscientas ochenta mil unidades de nuestra antigua moneda.

Mientras nuestros jóvenes mejor preparados se tienen que ir al extranjero y nuestros hijos ven suspendidas las ayudas de libros y comedor escolar, casi doscientas personas se trasladaron a Buenos Aires para acompañar el ridículo de la alcaldesa de Madrid ante la prensa internacional.

Yo no me he reído con el video de Ana Botella exhibiendo su incompetencia, incluso para aprenderse unos textos previsibles en respuestas imprescindibles. He sentido una vergüenza infinita al comprobar que las ignominias con las que el PP ha pretendido mantener su pretensión de eficacia en la gestión, se apuntalaban con la exteriorización del dislate de una alcaldesa de la capital de España, cuyo único mérito es estar casada con un ex presidente de Gobierno, sin preparación alguna. Y lo que es peor, sin condiciones para aprender lo elemental para ostentar un cargo de esa responsabilidad.

La esperanza para Madrid es ahora únicamente que un empresario con escándalos a sus espaldas, que ha tenido que pagar 35 millones de dólares para evitar las responsabilidades derivadas de sus operaciones de blanqueo de dinero, instale la industria del juego en la capital de España, para competir con Macao y los paraísos orientales del póker.

Para posibilitar este desembarco, estamos dispuestos a que este gobierno haga una legislación a la medida: ayudas de terrenos, desgravaciones y exenciones fiscales y hasta cambiar los criterios de sanidad pública para hacer una excepción que permita fumar en estos locales. Lo que se había prohibido en todo lugar público para vigilar la salud de los españoles y disminuir el gasto sanitario, se cambia para que el paraíso europeo del juego, con todos sus efectos colaterales, se instale en Madrid. Una especie de segunda edición de «Bienvenido mister Marshall», pero en versión dura, para rematar la imagen de esta España adocenada.

La ecuación establecida es que cualquier cosa es bienvenida si crea empleo. No juguemos a la hipérbole con esta forma de pensar para no decir cosas más fuertes, relacionadas con mafias, prostitución y droga.

La horterada de hablar a todas horas de la «marca España» llega al paroxismo de preguntar que campaña de publicidad hay que hacer para cambiar la percepción de nuestra realidad. Y la respuesta es elemental. No hay que hacer ninguna campaña, sencillamente hay que cambiar las cosas.

Un país que retrocede en el tiempo con políticas antisociales y despilfarros olímpicos, tiene que comenzar por cambiar esas políticas y huir de los espejismos. Generar amor por el trabajo, respetar al trabajador, perseguir eficazmente la corrupción y exigir ejemplaridad a los responsables públicos tendría efectos inmediatos en la imagen de este país. Evitar el derrumbamiento de la educación y la sanidad pública; respetar a los maestros e instalar la meritocracia para que sea imposible que una persona como Ana Botella sea la alcaldesa de la capital de España. Naturalmente exigir la regeneración de partidos y sindicatos, hacer que la Iglesia financie sus creencias y establecer una educación laica, son complementos imprescindibles.

Primar la economía productiva, generar una clase empresarial responsable que respete la fuerza de trabajo. Y, desde luego, poner muchas pegas para que las mafias del juego campen por sus respetos.

Son solo unas ideas elementales, y debiera producir pudor que puedan parecer atrevidas.

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