Antonio Casado – El sueño encadenado


MADRID, 13 (OTR/PRESS)

La llamada fiesta nacional de Cataluña estuvo marcada este año por la cadena humana que recorrió de norte a sur esta comunidad autónoma. Manos encadenadas al sueño independentista que esperan convencer al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, de que los catalanes quieren decidir «legalmente» su futuro en un referéndum.

Con más o menos discreción, Rajoy ya le ha dicho a Artur Mas, con mucha razón y poca emoción, que ciertos límites no pueden sobrepasarse. Por supuesto. Están perfectamente regulados en los artículos 2 y 92 de la Constitución Española, mayoritariamente votada por los castellanos, los gallegos, los vascos, los catalanes, etc. De la lectura de los mismos se desprenden dos cosas. Una, la soberanía nacional es única e indivisible. Otra, la convocatoria de un referéndum con opción a dividirla no cabe.

He ahí las barreras legales que solo pueden ser abatidas mediante una reforma previa de la Constitución. Ahí está la democrática, legal y posible vía catalana hacia la independencia. Incluso a partir del argumento central invocado por los nacionalistas y, de modo específico, por el presidente de la Generalitat. Me refiero al pensamiento de Artur Mas cuando afirma: «El Gobierno de Rajoy debe comprender que en el siglo XXI las urnas son la solución y no el problema».

Exacto. Aplíquense el cuento los nacionalistas y sus líderes a la hora de buscar en las urnas y en el resto de fuerzas políticas el apoyo suficiente para hacer legalmente posible el sueño de convertir a Cataluña en una unidad de destino en lo universal. Y mientras tanto, la apuesta más razonable es la del diálogo que sirva para frenar esta absurda deriva soberanista que augura todo tipo de males sin mezcla de bien alguno. Sin olvidar la necesidad de potenciar y difundir la posición de la llamada mayoría silenciosa, en la que militan calladamente quienes siempre han sentido que lo catalán y lo español han forjado su identidad a lo largo de la historia.

Es verdad que los catalanes lucharon por sus fueros el 11 de septiembre de 1714 frente al unitarismo borbónico que se les venía encima. Como antes habían luchado en la guerra de secesión (revuelta de «els segadors») contra el conde-duque de Olivares (1640). Pero también es verdad que a partir de entonces la historia fue uniendo cada vez más a Cataluña con los otros pueblos de España. Tan completa es la vinculación a finales del siglo XVIII que cuando la República Francesa nos declara la guerra en 1793, «los catalanes, con entusiasmo no superado en otros lugares de la península, se alistan voluntarios para luchar por una causa española que consideraban como suya en unos momentos en que, de haber intentado la separación, Cataluña hubiera recibido toda la ayuda de Francia» (Anselmo Carretero, «Las Nacionalidades Españolas», 1948).

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Lo más leído