Siete días trepidantes – La España del «se vende».


MADRID, 14 (OTR/PRESS)

Me comentaba esta semana un amigo canadiense, que anda recorriendo España en busca de escenarios para un reportaje televisivo, que le ha sorprendido la cantidad de carteles que, en una mayoría de ciudades, anuncian que se venden, alquilan o traspasan pisos, locales, automóviles… casi todo. Para él, más allá de las lamentables cifras de deuda pública y de déficit -de las que se sigue culpando, tal vez con parte de razón, a la «era Zapatero»-, esta sensación de almoneda es la que mejor define el estado actual de la economía, anímica más que real, española. Se vende por liquidación, por derribo o tal vez por cansancio. Se vende por desánimo de seguir con la pequeña empresa, con el pequeño comercio. Y ello, pese a que cada día surge más de un millar de autónomos, triplicando las cifras de hace dos años ; yo insisto en que la España del «se vende» tiene mucho que ver con lo que ocurre en Cataluña, con la falta de prestigio de las instituciones, con la ausencia de iniciativa política, más aún que con la falta de liquidez y de crédito.

Algo de eso debe haber intuido Artur Mas con su escalada reivindicativa: que España está en almoneda, en horas bajas, y es hora de aprovechar este desánimo, esta autoestima a la baja, para consumar iniciativas que entrañan un indudable peligro. Mariano Rajoy, claro está, no ha tenido otro remedio que escribirle una carta, quién sabe si a franquear en destino, rechazando ese proyecto de consulta soberanista apoyado en el éxito mediático -no solo en los medios nacionales- de la Diada. Pero las cadenas humanas o las cartas enviadas, con ruido de tambores, desde La Moncloa, no son sino juegos de artificio, no buenos negocios, que ya se sabe que son los que aprovechan a todas las partes.

Sí, la verdad es que España se vende barata, tal vez porque regresamos, qué remedio, a los precios antiguos: no hay que confundir valor y precio. Por eso han vuelto los compradores extranjeros, por eso, dicen, empieza a haber salida para los pisos del «banco malo», por eso acabaremos fotografiando a Adelson fumándose un puro en Eurovegas, por eso la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia, ese emblema del faraonismo pasado, acabará encontrando quien la alquile. Puede que todo ello explique también algo de por qué el proyecto olímpico de Madrid no convenció, de forma tan rotunda, a los veletas integrantes del COI: algunas de esas espléndidas instalaciones en la capital ya están prácticamente en alquiler, si no en remate en semipública subasta. A este paso, como sigan las goteras, acabaremos arrendando algunos despachos en el Congreso de los Diputados, se pondrá un cartel de «for rent» a la puerta de algunos juzgados -menudo asalto contra los jueces instructores de los tres «casos estrella» de corrupción nacional; ¿no es eso una devaluación de la Justicia?_ y el Ministerio de Exteriores terminará compartiendo algunas embajadas, total para lo que sirven, con pescaderías, ahora que hasta Letonia se permite abofetear al Estado diciendo que reconocería a una Cataluña independiente.

Aseguran esos libros de autoayuda que tanto éxito tienen que, en el fondo, el éxito consiste en vender. Vender ideas, productos, iniciativas, servicios… Todos, desde el Rey hasta el último de los ciudadanos, hemos de ser comerciales en potencia de algo, aunque sea humo. Pero no tendremos éxito si todo lo que hacemos es colocar un anuncio estándar, triste, en la ventana diciendo «se vende o se traspasa. Barato». Lo realista y lo mejor sería colocar de una vez el cartel de «abierto» en la puerta del país, en lugar de mantener permanentemente el de «cerrado», con el escaparate a oscuras, dando la impresión de que ni hay género con el que comerciar, ni compradores que entren en la tienda, ni dependientes al otro lado del mostrador. Pues esa, la de que estamos en un país cerrado, quién sabe si por vacaciones o por otras razones peores, es la idea con la que, esta vez, ha regresado a Montreal mi amigo canadiense, cuya pretensión, para colmo, es la de realizar un trabajo audiovisual exaltando las virtudes turísticas de España. Que vaya si las tiene, entre otras muchas.

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