Carlos Carnicero – Cataluña, entre la Independencia y la realidad.


MADRID, 21 (OTR/PRESS)

Ha tenido que hablar formalmente Joaquín Almunia, en representación de la Comisión Europea, para situar las pretensiones independentistas en Cataluña frente a la realidad de Europa: si Cataluña se independizara de España, quedaría automáticamente fuera de la Unión Europea.

El tema no es menor, porque estamos ante una estrategia política, la de los promotores de la independencia, basada en contraponer y ocultar la realidad frente a la ensoñación.

Tengo varias reflexiones al respecto. Y omitiré desarrollar las obvias por carecer de espacio suficiente.

La izquierda ha cometido el gran error de renunciar a conceptualizar un patriotismo constitucional en los valores republicanos de esta monarquía. No es una contradicción. Me refiero, sencillamente, a las ideas básicas de nuestra Constitución como marco de derechos y obligaciones de los ciudadanos de todos los rincones de España. El estado moderno, y por ello su posible desarrollo en un estado de libertades, igualdad y bienestar de todos sus ciudadanos, necesita un marco legal, constitucional, que determine la imposibilidad de establecer diferencias entre unos ciudadanos y otros, independientemente de su sexo, su procedencia, su ubicación territorial y su ideología. De este principio nace el de soberanía indivisible en el conjunto de todos y cada uno de los españoles.

No hay valores más progresistas que los anteriormente descritos, porque son el soporte y la garantía de todos los demás derechos ciudadanos.

La izquierda no ha estado interesada en integrar ese concepto de nación y estado como casa común, por encima de cualquier otro derecho que se quiera invocar. Es un reflejo fallido de la historia, porque dio carta de naturaleza, al no ser capaz de producir una reacción rectificadora del monopolio de patria que realizó el franquismo. Como reacción, los símbolos y los valores falsificados de los que se apropió el dictador fueron esquinados por la izquierda para que no hubiera duda del repudio que tenían a la dictadura. Pero eso llevo a la equivocación de desdeñar los valores en vez de hacerlo con la utilización y manipulación que hizo Franco de ellos.

La diáspora nacionalista introdujo la legitimidad en la contraposición de un patriotismo de las nacionalidades o comunidades frente al patriotismo constitucional común. Con la astucia de establecer un cierto paralelismo entre la persecución de las ideas nacionalistas que realizó el franquismo con cualquier crítica política legítima a esas ideas confrontadas con la Constitución.

Quien defendía el papel esencial de España y su Constitución como elemento primigenio de la democracia era tachado de españolista, de derechas y conservador. La izquierda, al abjurar de la expresión rotunda de los valores constitucionales representados en el estado español, se quedó sin este espacio político. Pero tampoco consiguió la hegemonía del pensamiento de disociación de la conceptualización de España en las comunidades autónomas llamadas históricas, que siempre han gozado de hegemonía nacionalista. La izquierda perdió espacio en el eje identitario porque ni logró convencer a los nacionalistas para que se integraran en las aguas de la Constitución ni conquistaron electoralmente a los ciudadanos de esos territorios.

Ahora nadie formula desde la izquierda una nueva conceptualización de España como alternativa a la actual. Se habla de Estado Federal como vía de resolución del problema catalán y de integración de los nacionalismos periféricos. Pero no se explica en qué consiste, esencialmente, un Estado Federal. Nunca aceptarán los nacionalistas esa solución porque renunciarían a la ensoñación de la diferencia. Y lo que quieren es esencialmente que se les reconozca que son diferentes y mantener la tecnología de tensión y distancia con España como factor de sostenibilidad de sus objetivos estratégicos. El nacionalismo necesita tensión con la casa matriz para sobrevivir como proyecto político. Y, en consecuencia, nunca precisarán los límites de sus pretensiones ni aceptaran un marco estable de relación con el resto de España.

El tema no es menor porque el PSC y el PP, quienes defienden o deberían defender con más rigor la Constitución española en Cataluña, están en caída libre y corren el riesgo de ser fuerzas en la periferia de las instituciones catalanas. Además la ecuación formulada desde quienes defienden el independentismo es negar la catalanidad de quienes nos les acompañan. Forma parte de la liturgia de todo nacionalismo.

Y los nacionalistas están haciendo trampa en esta partida porque lo que proponen tiene oculta la realidad que contiene. Se preconiza el derecho a decidir -asumido también por los socialistas catalanes- ocultando las consecuencias de la decisión. La pretensión independentista tiene daños colaterales para todos los españoles. Pero mucho más para quienes pretenden acceder a la independencia.

Joaquín Almunia ha puesto la realidad encima de la mesa. La independencia conlleva la salida de la Unión Europea. Por otro lado, si los catalanes quisieran mantener el euro, no tendrían sobre su moneda ni voz ni voto.

Como se trata de una ensoñación, se pretende que todo son ventajas y se calienta el ambiente como si se tratara de una lotería en donde el premio está asegurado.

Lo demás está también en los libros de historia. Seguir a un caudillo sin preguntarle a donde va es mucho más fácil en época de crisis. Por eso en Cataluña nadie se manifiesta contra los recortes con la misma intensidad con la que se hacen cadenas independentistas, de los que ahora es cómplice también ERC, porque en esta romería no se echan en falta los bocadillos porque lo que se promete es el paraíso.

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