Charo Zarzalejos – Ignacio González, o el arte de la sucesión.


MADRID, 28 (OTR/PRESS)

El viernes, día 27, se cumplió el primer año del mandato de Ignacio González como presidente de la Comunidad de Madrid. Previamente y durante muchos años fue el número dos, nada menos, que de Esperanza Aguirre que optó, sin previo aviso, dejar el cargo. La sucesión estaba garantizada en la persona de Ignacio González que a lo largo de este año ha tenido la inteligencia política de ser él mismo. Suceder a Esperanza Aguirre no era fácil y González hubiera podido optar, bien por emular a su antecesora, bien por «matar» en este caso a la madre. Lo primero hubiera sido absurdo y absolutamente ridículo, pero todos sabemos que en política es muy fácil perder el norte, olvidarse de los propios límites, no temer al ridículo de pretender ser o aparentar ser lo que en realidad no se es. Ignacio González es tan reconocible como lo era antes de asumir la presidencia de la Comunidad. En aras de la imagen no ha cometido error alguno.

Lo de «matar» a la madre no es una idea personal. Hace ya mucho años, Eduardo Zaplana, que de política sabe, se lamentaba de que su sucesor Francisco Camps «ha querido matar al padre antes de tiempo, me ha querido laminar demasiado pronto». Eduardo Zaplana es de los que sostenía -no sé si ahora piensa lo mismo_ que en política, antes o después hay que «matar al padre». Ignacio González no sólo no ha laminado a Esperanza Aguirre es que ni siquiera lo ha intentado. Ha optado por la convivencia inteligente y discreta y no siempre fácil. El afecto que Esperanza Aguirre siente por él es mutuo aunque en la política, como en la vida, hay afectos que incordian.

Fueron muchos los que creyeron que esta era una sucesión «imposible», en la que iban a saltar chispas todos los días, pero Ignacio González, en la parte que le toca, ha sabido _con la inestimable ayuda de Isabel Gallego_ gestionar su imagen y manejar su territorio sin estridencias, sin broncas, sin comparaciones odiosas, sin chispa alguna que amenazara incendio.

Las sucesiones nunca son fáciles. A los «padres» les cuesta asumir que el negocio ya no es suyo, siempre encuentran alguna pega y de vez en cuando se sienten obligados a reflexionar en voz alta. Cuando esto ocurre, cuando dan voz a sus reflexiones, es cuando salta la chispa, cuando surgen las tentaciones de los sucesores de recordar que ya son mayores y que saben lo que hacen. Esperanza Aguirre nunca ha cuestionado la gestión de Ignacio González, no ha puesto enmienda a la totalidad al estilo Aznar en relación al Gobierno de Rajoy, pero en más de una ocasión, algunas de sus declaraciones no han provocado precisamente alegría en los despachos de la Puerta del Sol pero su sucesor, Ignacio González, no ha dado pie a chispa alguna. Hablan mucho, pero siempre con discreción. «Que nadie espere de mi una polémica con Esperanza porque nunca se va a producir».

Lo dijo poco después de tomar posesión de su cargo, consciente de que la sucesión que asumía provocaba un cierto morbo. Un año después, además de no haberse producido polémica publica alguna, Ignacio González ha logrado algo nada fácil y es que no se le compare con Esperanza Aguirre, que el morbo inicial haya desaparecido y que a día de hoy_veremos dentro de un año_en Génova no se piense en otro candidato que no sea él. Es lo que tiene el no caer en el vicio y el ridículo de la emulación.

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