La semana política que empieza – Sigue el salto de obstáculos: ahora, Panamá.


MADRID, 13 (OTR/PRESS)

Desde luego, no seré yo quien critique por inservibles las «cumbres» iberoamericanas (veintidós en total) celebradas hasta ahora en distintas capitales de América Latina, España y Portugal. El simple hecho de congregar, con el Rey de España como indiscutible «primus inter pares», a dos decenas de jefes de Estado de naciones iberoamericanas en torno a una mesa para debatir problemas puntuales, y buscarles solución -aunque esas soluciones no siempre lleguen-, es ya un éxito. Un éxito que, a trancas y barrancas, se ha prolongado durante veintidós años, y que se inició con el lustre y esplendor de aquellos fastos conmemorando el 500 aniversario del Descubrimiento. Eran tiempos de despegue. Eran otros tiempos. Ahora, vivimos una era de cambios profundos, que, entre otras muchas cosas, afectan directamente a la «cumbre» que se inaugurará en Panamá el próximo viernes. Ni las relaciones políticas y económicas de España con América Latina son las mismas, ni el Rey va a estar presente y ha habido que buscar un encaje al menos digno para realzar la presencia del Príncipe, que no puede figurar ni siquiera como uno más, puesto que no es jefe de Estado, y será Mariano Rajoy quien ostente la máxima representación española.
En efecto, los tiempos cambian tanto que ha sido Don Felipe quien ha presidido, por primera vez desde hace treinta y siete años, la parada militar del 12 de octubre, jornada de la fiesta nacional, antes llamada «de la Hispanidad». El Rey, doliente, se tuvo que conformar con ver el desfile por la televisión desde su lecho convaleciente y con enviar un mensaje que leyó su hijo ante los congregados en la tradicional recepción de este día, festivo entre los festivos. Ya en la «cumbre» iberoamericana del pasado año, celebrada en Cádiz, el Monarca advirtió a todos que «tendría que pasar por el taller» y someterse a una operación que, en realidad, iba a ser la primera de una serie. Lo menos que puede decirse es que ha sido un año no demasiado bueno para la salud del titular de la Corona, que, no obstante, se resiste a iniciar cualquier movimiento relacionado con una abdicación, incluso a medio plazo.

Aseguraban algunos, pese a los desmentidos oficiales, que el Monarca incluso se planteó la posibilidad de acudir, siquiera por unas horas, a esta «cumbre» panameña, alegando que jamás ha faltado a esta cita, que es la principal en la agenda diplomática española y que, básicamente, financia España. En todo caso, estaba claro que el Rey no está lo suficientemente recuperado como para emprender un viaje de diez horas y que el jefe del Estado español, que el 5 de enero cumple 76 años, necesita descanso, por mucho que le queme su inactividad recluido en La Zarzuela. Será el Príncipe, que, también en enero, cumplirá cuarenta y seis años, quien acompañe al presidente Rajoy a una cita iberoamericana que, esta vez, tiene menos contenido que nunca y que se ve agobiada por problemas internacionales de calado, entre los que la parálisis de la Administración Obama, el «vecino del norte», por el veto presupuestario republicano, no es precisamente el menor.

Si el año ha sido malo para el Rey, estimo que ha sido bastante bueno para su heredero: ha cumplido a la perfección sus funciones -memorable su discurso presentando la candidatura olímpica de Madrid en Buenos Aires-, se ha prodigado para lograr que los españoles le conozcan algo mejor, ha mejorado su cotización en las encuestas y ha saltado limpiamente sobre los rumores de presuntas, quién sabe si inventadas, desavenencias matrimoniales. Es un Príncipe listo para tomar el relevo en el trono de un país que le observa, que se convulsiona como Estado y al que las naciones europeas y latinoamericanas miran no sé si con desconfianza o aún con esperanza.

Soy de los que opinan, y el papel al que se obliga al Príncipe en esta «cumbre» de Panamá lo demuestra, que hay que proceder ya a un relevo en la cabeza de este Estado, elogiando y recompensando los sin duda magníficos servicios que el Rey ha prestado a los españoles. Pero no puede ser que cada fasto -12 de octubre, «cumbre» de Panamá, aniversario de la Constitución, Pascua Militar…- se convierta en un problema protocolario y en un trágala para ese hombre, aún joven pero ya no tanto, llamado a ser el futuro Felipe VI. Hay quien dice, con cinismo y exageración, que el principal cometido de un Rey es pasar revista a las tropas marcialmente. «Esto», me decía un alto jurista durante la recepción del pasado sábado en el Palacio de Oriente, «parece ya una carrera de obstáculos para la Corona».

Panamá, una «cumbre» que marcará el inicio de modificaciones sustanciales -quizá en la cabeza de la Secretaría Genera Iberoamericana, desempeñada con acierto hasta ahora por un más que octogenario Enrique Iglesias; seguramente también en la periodicidad de estos actos, que pasarán a ser bienales-, va a ser el siguiente obstáculo en la carrera: va a haber muchas, demasiadas, ausencias significativas, y la «marca España» tendrá más dificultades que nunca para dejarse sentir. ¿Tiene Don Felipe, el prudente, algún plan secreto para brillar con luz propia, para saltar sin dejarse jirones, este obstáculo? ¿Cooperarán a este buen fin los aliados latinoamericanos que asistan -los otros ya se sabe que no asisten- a la «cumbre»?

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