Francisco Muro de Iscar – Víctimas somos todos.


MDRID, 22 (OTR/PRESS)

Si Antonio Beristáin, el catedrático y jesuita creador del Instituto Vasco de Criminología, no se hubiera muerto antes de tiempo, a sus jóvenes y activos 85 años, hoy estará donde siempre estuvo: con las víctimas, con las macrovíctimas del terrorismo como él las llamaba. Este vasco limpio de corazón defendía que ya no era la persona sino la víctima «la medida de todas las cosas», algo que no han tenido en cuenta los jueces del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, que han aplicado la ley al milímetro pero que no han impartido Justicia porque no han tenido en cuenta «el interés superior de las víctimas». Hay que acatar la sentencia y aplicarla con rigor, pero hay que seguir despreciando -no compadeciendo- al delincuente que no se arrepiente ni repara su daño y, sobre todo, a quienes les respaldan, protegen y amparan.
Es posible que los jueces hayan defendido la legalidad y que, al fortalecer el principio de irretroactividad de las leyes, están defendiéndonos a todos frente a los caprichos políticos, a las decisiones arbitrarias, a la oligarquía de los que abusan del poder. Pero podían haber innovado, como pedía Beristáin, para tener más en cuenta la imponente realidad humana del terrorismo -el holocausto de la segunda mitad del siglo XX- y haber hecho un reproche moral y una petición de resarcimiento a los terroristas y a quienes les amparan. Decía Beristáin que en todos los países donde pervive el terrorismo -y España, pese a la tregua forzada de ETA, es uno de ellos-, «las personas viven aplastadas por el elefante invisible del miedo» y añadía que «no son justas les leyes que no respetan los derechos del hombre y, además, no representan la justicia ni la voluntad del pueblo, que es la base de la autoridad, sino al grupo de presión que las elabora, las promulga y las impone».
Con Beristáin, el hombre que tal vez mejor comprendió a todas las víctimas hasta llegar a escribir un tratado sobre Victimología y a crear escuela, todos tenemos que estar con las víctimas porque en ellas «hay una seguridad, un algo diferencial, un elemento invisible e inalienable, una riqueza que las distingue para siempre». Las víctimas y quienes las apoyamos ganaremos la guerra, a pesar de que una sentencia, muchas traiciones, los errores de algunos gobernantes permitan sobrevivir a los asesinos. Frente a quienes se preguntan qué derechos humanos ha puesto por delante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, hay que responder que, hoy más que nunca, la batalla es por la plena vigencia de los Derechos Humanos. «Allí donde domina el terrorismo, decía Beristáin, se anula la voz y la palabra» pero el testimonio de las víctimas, su dolor, su fuerza, «su contribución fecunda a la convivencia universal logrará la victoria siempre, aun cuando aparentemente figuren como vencidas». La convivencia en el País Vasco no se construirá sobre el olvido ni sobre las decisiones legales pero injustas de los tribunales sino sobre los Derechos Humanos y la memoria de las víctimas.

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