Más que palabras – El primer charnego


MADRID, 25 (OTR/PRESS)

Dicen que a Manolo Escobar le pilló la muerte casi casi cantando, que estuvo en los escenarios hasta hace apenas un mes cuando tuvo que suspender su gira veraniega debido a complicaciones en el cáncer que le diagnosticaron en el 2010. El cantante murió como quería, con las botas puestas y de su poderío da fe el revuelo que la noticia causó en las redes sociales, donde es raro ver tantas muestras de afecto y cariño. En las muchas necrológicas que se han escrito se pone en valor que fue, de alguna forma, el primer charnego, un hombre capaz de unir culturas y folclores, de acercar Andalucía y Cataluña poniendo en valor siempre su condición de español, cosa que yo comparto.
Antonio Lucas ha dicho que él «fue nuestra beatlemania de antes de los Beatles con su golpe de españolismo, el carro y la minifalda. Aquella España de la uña larga del meñique, rumor de sacristía y aroma a colmado era a la vez el diapasón de un país que huía de sí mismo, de su verdad y su daño». Así era y tal vez en saber pegarse a la tierra y en sólo querer dar un mensaje sencillo y sin pretensiones en tiempos revueltos, estuvo el secreto de su éxito.
Durante años se le vio como el chico dócil del régimen, cuyas canciones se asociaban inevitablemente a la España del franquismo, pero el, desposeído de ideología y de fanatismo, sobrevivió a la transición en la que otros artistas sucumbieron y nunca ha dejado de ser un tipo querido y respetado. Andaluz de nacimiento, Barcelonés de adopción, culé hasta la médula, coleccionista de arte muy respetado por los intelectuales, votante de PP pero llorado por los sectores más catalanistas. ¿Quién da más?

Mi generación es la del tatareo del carro y la minifalda y, aunque la suya fuera música de taxi y de verbena, mientras nosotros pretendíamos explorar detrás de los Pirineos, es casi imposible recordar nuestra infancia y adolescencia sin el transistor a todo volumen con esa voz potente que emocionaba a todas las Madrecitas María del Carmen.
Ha resultado especialmente curioso ver, en estos momentos en los que nacionalismo plantea referéendums y rupturas, cómo el perfil de Manolo Escobar se ha presentado como parte de la identidad catalana y como un símbolo de Cataluña. Se sentía catalán y español y lo cantaba sin complejos, gritándolo a los cuatro vientos, dando a entender que a la hora de reivindicar sentimientos los independentistas no tienen el copyright. Dicen que ha representado a la España típica y también a la tópica del porompompero y puede ser pero lo ha hecho desde la cercanía y de frente en un mundo donde la apariencia es lo de más, aunque al final sea lo menos. Descanse en paz uno de los grandes.

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