Aquí la Fiscalía ha tomado cartas en el asunto y ha incoado diligencias en relación con las escuchas que ha estado efectuando la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) estadounidense en España.
El ministro García Margallo afirma que es necesario que EEUU de ‘explicaciones’ y la oposición –desde el PSOE a IU- pone el grito en el cielo.
Hasta los nacionalistas han dejado de ‘hacer las maletas’ y claman contra la gran operación de espionaje.
Grande ha sido, porque revela ‘The Guardian’, que tiene acceso a la documentación d el topo Edward Snowden, que la NSA intervino 200 números de teléfono de jefes de Estado y de Gobierno e interceptó millones de comunicaciones.
A mi no me parece tan grave, ni creo que a la gente le esté quitando el sueño, por mucho que la noticia domine las portadas de los periódicos y sea tema recurrente en tertulias de radio y televisión.
Dejando a un lado la sensación de ridículo que conlleva haber sido pillado ‘in fraganti’, a los norteamericanos no les aflige. Ya dijo Obama que no se puede disfrutar simultáneamente en sociedades como la nuestra de un 100% de seguridad y de un 100% de intimidad y la ciudadanía parece haberle comprado el mensaje.
No era tan difícil. Bastaba recordar a la gente que Ramzi bin al Shinbh, actualmente preso en Guantánamo y acusado de ser el coordinador del 11-S, mantuvo en la catalana Salou, la última reunión preparatoria del ataque con Mohamed Atta, el jefe de los pilotos suicidas, para que dieran por bueno y más que justificado que sus agentes montaran una estación de escucha en Madrid.
Que de paso espiaban a Mariano Rajoy, Florentino Pérez o Amancio Ortega fue algo ‘colateral’.
No me extraña que el director de la NSA se niegue a recibir a los eurodiputados que han ido en comisión a pedirle explicaciones o que Obama dedique más esfuerzos a arreglar la página web de la reforma sanitaria que a responder a las quejas de sus ofendidos aliados de Europa o Brasil.
