La gran mentira de los niños robados.


Echo en falta artículos que alcen la voz sobre la gran mentira que la televisión laicista lanza estos días sobre los niños robados de manos de monjas desaprensivas que se lucraban con el tráfico de bebés. Echo en falta una defensa pública de nuestras abnegadas monjas de la Caridad que tanto bien hicieron en el pasado y lo continúan haciendo en este presente de penuria. Se puede pensar que no necesitan defensa porque las calumnias y tergiversaciones de unos periodistas malintencionados, amparados por unos medios aún más carroñeros, auténticos paranoicos de las audiencias, no tienen un eco social como para preocuparse. Sin embargo, se equivocan, y mucho, si se tiene en cuenta que muchos jóvenes y no tan jóvenes solo conocen a la Iglesia por los chascarrillos de los medios de comunicación y desconocen casi todo sobre la gran labor solidaria de la Iglesia a través de sus monjas, que lo dejaron todo para dedicarse a los demás. Por eso no es justo que las hermanas que ayudaban a las mujeres “descarriadas” de décadas pasadas, a tener los hijos que habían concebido “inesperadamente” – a los que renunciaban por ser solteras o por tener ya demasiadas bocas que alimentar—, se coman todo el marrón porque una cadena ha decidido erigirse en salvadora de huerfanitos y reintegradora de vidas robadas, que no son tales.

El show macabro que exhibe la cadena del señor Vasile es de vergüenza. Todo vale a cambio de un share que camele a los anunciantes. Informar y desinformar es lo mismo si las ganancias lo merecen. Arruinar vidas y reputaciones es el modus operandi de los programas estrella de la parrilla. Y si además se consigue denigrar a la Iglesia a través de las monjas capitaneadas por sor María y sor Pura –la nueva diana—, doble beneficio.

El panfleto por entregas que se han sacado a fuerza de escarbar en las cloacas de la difamación –su elemento natural— es de juzgado de guardia. La mentira y la incoherencia se palpan. Pero en cambio la demandada fue sor María, a quien aceleraron su muerte de manera inmisericorde. El mundo al revés. “Érase una vez un lobito bueno al que maltrataban todos los corderos; y había también un príncipe malo, una bruja hermosa y un pirata honrado…”, que decía el poeta.

Manipulaciones y mentiras

Puede ser que algún bebé haya sido robado alguna vez; puede ser también que algún médico haya sido negligente; y puede ser, por último, que alguna monja haya cometido algún error. No voy a entrar en eso. Pero aprovecharse de presuntos errores puntuales para tejer todo un entramado cuasi mafioso de tráfico de bebés, cuya única base real son las declaraciones “actuales” de madres reclamantes, es algo que debería hacernos sospechar. Y digo declaraciones actuales por lo que expongo a continuación.

Las madres solteras de décadas pasadas

En una sociedad relativista como la actual, donde ser prostituta, dedicarse a la pornografía, tener hijos sin padre o que los niños tengan dos padres y dos madres se considera normal, es muy fácil salir a la palestra a reivindicar los errores del pasado, máxime si se posibilita la narración de historias de ficción creadas ad hoc. Hace dos o tres décadas tener un hijo estando soltera era un perjuicio, para la madre y para el hijo. Ella quedaba condenada a no encontrar un hombre para casarse, y toda mujer quería casarse. Por esos años ninguna familia estaba dispuesta a admitir a una mujer con un hijo natural, es decir, de otro y fuera del matrimonio. Las chicas que se quedaban embarazadas eran acogidas por las monjas –en un sentido caritativo—y se las atendía hasta que daban a luz. A esos niños les buscaban una familia de adopción. Para que la situación fuera menos traumática, no les enseñaban el niño. Lo que se hacía era lo mejor para todos. ¿Qué hubiese sido de estos “hijos robados” si en lugar de ser adoptados por matrimonios normales, se hubieran quedado en la calle con sus madres biológicas sin ningún futuro? Hay que decir que la sociedad injusta de esa época marginaba a los hijos naturales.

También existían casos de padres que buscando salvar el honor y el futuro de sus hijas –en general adolescentes—las ingresaban en instituciones de pago donde daban a luz y entregaban el niño. Después regresaban para continuar con sus vidas, manteniendo en secreto el incidente.

Ha habido partos de gemelos en los que uno de ellos fue dado en adopción voluntariamente. Me consta, como también el arrepentimiento posterior de alguna madre. Esto ocurría en matrimonios que tenían ya varios hijos. La casuística también registra casos de mujeres casadas que teniendo ya una prole considerable decidían dar el bebé en adopción.

Para poder hacer un análisis coherente y comprender los hechos, tenemos que situarlos en su tiempo. Ahora, en nuestras sociedades del bienestar, con una tasa de natalidad por debajo del nivel de reemplazo, los niños son considerados como un tesoro, pero hace años, en economías precarias, cuando un bebé venía de manera inesperada era un contratiempo. Pero siempre había matrimonios sin hijos que optaban por la adopción; muchas veces adopción con mentira y teatro incluido. No querían que se supiese que era adoptado, ni siquiera la familia, y para esos casos existía el recurso del cojín. Nada reprobable, por otro lado, pues todo el mundo tiene derecho a sus secretos.

Los niños de la inclusa

En estos seriales manipulados de “niños robados” hay cosas que no cuadran. Por un lado se nos presenta una sociedad en la que los niños escaseaban y tenían que acudir a la mentira y al robo para hacerse con ellos. ¡Mentira! Si esto fuera así, no habría inclusas ni “gotas de leche”, ni otras instituciones que albergaban a los niños sin padres. En estos lugares había niños de un año, de dos, de tres, de cuatro… y así hasta la mayoría de edad que era cuando abandonaban el centro, generalmente, con un oficio para ganarse la vida. ¿Por qué a estos no los robaron si también habían sido recién nacidos? ¡Cuántos niños se encontraron las monjas envueltos en una mantita en el torno! Ah, pero ahora se les llama “robados”.

Conclusión

Vaya por delante que reconozco el derecho de los hijos adoptados a buscar a sus madres biológicas, y el de éstas a encontrarse con los hijos que un día no pudieron atender –y bien que lo sentirían, por lo menos alguna—, pero siento vergüenza ajena cuando escucho historias tan peregrinas y se calumnia a las pobres monjas que fueron el clavo ardiendo al que se agarraron estas pobres mujeres en una época en la que todo era distinto. Otra cosa es la forma. Lo privado es privado, por mucho que la mentalidad socialista/laicista quiera que interioricemos lo contrario. Sacar los trapos sucios de la propia familia sin el menor rubor denota una total carencia de estilo.

Echo en falta que se defienda el honor de las monjas. Aunque comprendo el silencio, porque la dictadura progre del pensamiento único nos ha impuesto la mordaza y se hace difícil defender ciertas posturas porque enseguida es tildado de…para qué dar ideas, de todo lo peor. Yo lo hago porque soy una camicace con las espaldas muy anchas y fuertes, que no me importa ir contra corriente cuando sé que defiendo la verdad y lo justo. Si sor María se equivocó alguna vez, en el balance celestial habrán tenido en cuenta su “haber” repleto de buenas acciones en su dilatada vida de dedicación a los demás.

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Por Magdalena del Amo
Periodista y escritora, pertenece al Foro de Comunicadores Católicos.
Directora y presentadora de La Bitácora, de Popular TV
Directora de Ourense siglo XXI
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Autor

Magdalena del Amo

Periodista, escritora y editora, especialista en el Nuevo Orden Mundial y en la “Ideología de género”. En la actualidad es directora de La Regla de Oro Ediciones.

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