Luis del Val – Gibeleko minbizia izango duzu


MADRID, 4 (OTR/PRESS)

Dentro de poco, un enfermo del País Vasco se sentará frente al médico, y éste, tras darle la última ojeada al informe sobre la biopsia, le dirá: «Gibeleko minbizia izango duzu». O bien: «Tiene usted cáncer de hígado». Si el médico que le comunica la noticia lo hace en castellano, cobra menos dinero que el que le transmita la triste noticia en euskera. Y no es que éste último tenga peor expediente académico, o sea más torpe, sino porque el Gobierno Vasco ha decidido estimular al personal sanitario, no sobre la base de sus conocimientos profesionales, sino sustentados en su dominio de las lenguas.
Un urólogo del País Vasco, por ejemplo, que emplee parte de su tiempo libre en consultar publicaciones científicas, leer ponencias de congresos internacionales sobre su especialidad, incluso publicar algún trabajo, se verá menos recompensado que si emplea ese tiempo libre en aprender euskera.

Este dislate irracional, que sólo se justifica con los anteojos muleros del nacionalismo, y que resulta indefendible desde cualquier punto de vista pragmático, ético o sanitario, se hace a costa del enfermo que no tiene culpa de nada. Pero no es sólo la disparatada hipótesis de que el oncogén se comporte de una manera o de otra, según el idioma que hable su desgraciado propietario, sino que, previamente, como paso imprescindible para que le traten el cáncer, tendrá que rellenar el formulario correspondiente para registrarse como enfermo euskoparlante o castellanoparlante, es decir, que a través de los enfermos, el gobierno vasco obtiene un registro a través del cual sabrá si el portador del cáncer es un buen vasco nacionalista, o es un jodido maketo, un egoísta que se quiere curar del cáncer en lugar de aprender la lengua de Euskalherría. Quien dice cáncer, ponga usted rotura de cadera, apendicitis o derrame sinovial.
Ante esta enorme tontería contemporánea, que ya se ha perpetrado en Cataluña, nadie protestará. Los totalitarismos, desnudos o encubiertos, producen medrosidad, y en ese ambiente se extiende el temor a significarse, con lo que el totalitarismo avanza hasta la próxima estación.

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