Luis del Val – Sentido común irrellenable


MADRID, 18 (OTR/PRESS)

Terminé la semana pasada con un enorme remordimiento de conciencia, al no haber advertido que uno de los más graves problemas que debía resolver este país era el etiquetado de las botellas de aceite de los restaurantes. Qué burro no haberme dado cuenta de tan trascendente asunto, que quedará solventado, no sé si con una orden ministerial o con un real decreto.

El brillante cerebro gubernamental, que dio con el fin de nuestros problemas, no ha pensado en dos aspectos: A) que las botellas irrellenables se pueden rellenar, y B) que el aceite de la mesa puede ser virgen extra, pero el aceite con el que nos están friendo las patatas, a lo peor, no.

¿Nombrarán un inspector de cocina, con una cata-aceites para certificar? ¿Y de la incomodidad de aliñar la ensalada con una botella, en lugar de con una aceitera, lo va a arreglar el Gobierno con alguna otra ideíca?

Esta obsesión de los gobiernos por hacernos felices, cada día nos deja menos espacio. Me pasé varios años de vida profesional, visitando camerinos de salas de fiestas, y he visto más garrafones de ginebra y whisky a granel que tontos contemporáneos, y mira que he visto a lo largo de la vida. Rellenar una botella de la mejor ginebra del mundo con otra procedente de una garrafa es lo más sencillo del mundo, porque existen a la venta unos aparatos diseñados exclusivamente para ello, y quien dice ginebra, dice whisky o aceite.

Hubo una ministra que quería prohibir las hamburguesas, y hace poco estuvieron a punto de poner un impuesto especial a las bebidas azucaradas. Mientras tanto, se venden bolsas de patatas fritas, que dicen que se frieron con aceite vegetal, y, bajo esa bucólica denominación, puede camuflarse el horrible aceite de palma, amén de que el aceite de oliva, que yo sepa, no es mineral.

Lo que es irrellenable es el sentido común. Si el sentido común se ha escapado del cerebro y queda una escasa cantidad, ya es imposible rellenarlo, y mucho menos a ciertas edades.

Es entonces cuando aparece el entusiasmo protector y paternalista, que nos obligará a aliñarlos la ensalada con una botella etiquetada, y cuyo contenido corresponderá a lo que cuenta la etiqueta, dependiendo de la honestidad del restaurador.

Eso sí, el de la ideíca está convencido de que ha salvado a España.

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