Rafael Torres – La lección del barrendero


MADRID, 18 (OTR/PRESS)

Un asesor no es necesario; un barrendero, sí. Si se declararan en huelga los miles de asesores de los gerifaltes del Ayuntamiento, de la Comunidad y del Gobierno, todos ellos nombrados a dedo y beneficiarios de nóminas que pesan sobre el menguado presupuesto como una losa, no pasaría nada, nadie lo notaría, la gestión pública sería igual de cutre, pero si los barrenderos paran, el atrezzo de la ciudad se va a hacer puñetas, y con él la salubridad, la pulcritud, el ornato y la higiene. Baldear, pulir, barrer, recoger los desperdicios, adecentar, vaciar las papeleras, quitar los excrementos de los perros de dueños guarros, arrancar los chicles del suelo, regar, borrar los restos del botellón hasta el siguiente, luchar a brazo partido cada día, en fin, contra el detritus que generan en las calles tantos cuerpos y tantas almas, es necesario. Chupar del presupuesto, no.
Los barrenderos han parado durante dos semanas en Madrid, y han parado para que no les paren, es decir, para que no les manden al paro o, lo que es peor si cabe, a las sentinas de la esclavitud, que no otra cosa habría sido reducirles en un 40% sus sueldos de miseria. Sus empresas, finalmente allanadas a un acuerdo que les permitirá seguir ganando dinero, cual se verá en el selectivo de la Bolsa en que cotizan, se han debido dar cuenta, durante la huelga, de que lo que tienen contratados no son bultos, sino personas, y que sin ellas, y sin extraerles la plusvalía, ni se hace el trabajo por el que cobran sus buenos dineros al Ayuntamiento, ni podrían seguir forrándose con ese negocio de la basura que, en efecto, no parece ser muy limpio, a juzgar por algunas de las «donaciones» que figuran en los papeles de Bárcenas. Pero si las empresas de las contratas municipales se han dado cuenta de eso no ha sido por un súbito acceso de bondad, de equidad y de filantropía, sino porque los trabajadores, los humildes beneméritos de la limpieza, se lo han mostrado.
La mitad de los políticos, y de los concejales, y de los consejeros, y de los asesores (Botella tiene unos cuantos), no son necesarios. Los barrenderos, sí. Si alguien no había reparado en ello, pues en el trabajo meritorio y humilde no se repara, ya lo ha visto. Brumados de ordinario por la dureza de su faena, se han erguido, han exhibido su dignidad, y se ha visto lo importantes que son. En las calles, tan sucias e intransitables sin ellos, dejan escrita esa lección.

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