Luis del Val – La confianza derrochada


MADRID, 21 (OTR/PRESS)

Todos los balances son melancólicos, y mucho más aquellos que se refieren al momento de pasar el ecuador de una legislatura.

Pero, a partir del tercer año, echarle la culpa al gobierno anterior suena como responsabilizar a Amadeo de Saboya o a Felipe II de los males que nos aquejan.

Siempre le quedará a Mariano Rajoy el mérito de haber evitado un rescate económico casi inminente, del que habríamos tardado entre diez y quince años en recuperarnos, pero también quedará en su deméritos haber derrochado la confianza que los españoles le dieron en las urnas con una mayoría absoluta que es muy difícil que se pueda volver a producir.

Con ese cheque en blanco podría haber arreglado el sinsentido de que 250.000 nacionalistas españoles tenga más peso y más representatividad parlamentaria que un millón y medio o dos millones de españoles.

Podría haber cumplido su promesa de arreglar la politización del Consejo General del Poder Judicial, de revisar el innecesario gasto de las televisiones autonómicas, y de racionalizar una administración desmesurada donde las diputaciones provinciales existen y celebran plenos y debates, como si la Autonomía fuera un ente supraestatal.

Podría haber llevado a cabo una reforma laboral mucho más profunda, más ágil y más moderna, y podría haber evitado la sospechosa tentación de mimar a Bankia más que a ninguna otra para que, al final, quede controlada por un grupo bastante conocido. Podría haber gobernado, quiero decir.

Pero su prudencia, rayana en la pusilanimidad, su «laissez faire-laissez passer», convierten a los próximos gobernantes, incluido él mismo, en rehén de ese nacionalismo decimonónico, que no se atrevió a combatir.

José María Aznar comenzó hablando catalán en la intimidad, porque no tenía más remedio, pero Rajoy puede terminar anunciando en catalán el referéndum de la independencia.

Ya quedó escrito en el Mio Cid: «¡Dios, qué buen vasallo, si oviesse buen señor!»

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