Fermín Bocos – Catarsis sindical


MADRID, 29 (OTR/PRESS)

La vieja máxima romana «vivir no es necesario, navegar, sí», bien podría aplicarse a la situación por la que atraviesa la cúpula del sindicato UGT.

Entiéndase lo que trato de decir: los dirigentes sindicales no son importantes, los sindicatos sí. Más que nunca en estos tiempos en los que determinadas políticas del capitalismo financiero salvaje intentan laminar las conquistas del Estado del bienestar.

Sindicatos, sí, pero ajenos a prácticas delictivas o corruptas.

El caso de las facturas falseadas, el latrocinio de los ERE de Andalucía y el bochornoso asunto de los bolsos chinos no pueden quedar al albur de una investigación cuyos resultados se darán a conocer pasadas las fiestas navideñas.

Cándido Méndez ni está a la altura de la situación ni parece darse cuenta de la trascendencia del escándalo.

Señalo a Cándido Méndez, pero aún sorprende más que Francisco Fernández Sevilla, secretario general de UGT en Andalucía, todavía no haya dimitido.

El cúmulo de irregularidades que se aprecian en las noticias y documentos publicados es de tal magnitud que alguien tiene que asumir la situación.

La calificación judicial determinará si, finalmente, estos asuntos tienen algún componente delictivo; mientras tanto quienes han manejado caudales públicos por la vía de las subvenciones a los cursos de formación, deben rendir cuentas ante la opinión pública.

De nada le va a servir a Cándido Méndez y a sus compañeros en la dirección del sindicato en Andalucía intentar ganar tiempo.

Están tocados. Y con ellos, la imagen del sindicato. Es un hecho que deberían valorar para quitarse cuanto antes del medio.

¡Claro que hay fuerzas políticas y medios de comunicación que aprovechan el escándalo para saltar de la parte al todo y desacreditar a los sindicatos! Pero es que los hechos denunciados les han servido en bandeja el argumento.

Un sindicato que se dedica a regalar bolsos falsificados, a enmendar facturas para encubrir gastos ajenos a los cursos de formación o que cobra un porcentaje por ayudar a despedir trabajadores en empresas que tramitan expedientes de regulación de empleo, no es un sindicato de clase.

Es otra cosa. Por eso urge que en días como estos en los que hasta el Papa Francisco denuncia la deriva salvaje del capitalismo financiero, los sindicatos españoles (también CC.OO.) pongan en marcha una catarsis para mostrar la puerta de salida a los corruptos y acabar con las «mordidas» que han labrado el descrédito de sus organizaciones.

Renunciar a las subvenciones oficiales y financiarse con cargo a las cuotas de los afiliados, sería, sin duda, la mejor prueba de que han entendido que no pueden seguir viviendo y actuando como hasta ahora.

Los sindicatos son necesarios, algunos de sus dirigentes, no.

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